Como en el tango, el gobierno Petro marcha cuesta abajo en su rodada. A toda velocidad. Cada nombramiento que reemplaza al defenestrado funcionario que se va es peor que el anterior. Saade es peor que la Sarabia, que es mucho peor que Lizcano. Murillo era una mejoría sobre Leyva, pero los que reemplazan a la Sarabia son nefastos: dos calanchines chavistas en la Cancillería, Mauricio Jaramillo Jassir y Rosa Villavicencio, esta última defensora a ultranza del fraude electoral perpetrado por Maduro.
Y así. La patética rueda de prensa ejecutada por Saade y las NN ministras de Agricultura y Comercio sobre el paro arrocero fue, por ejemplo, un despliegue de charlatanería ejemplar. O el patético galimatías alrededor de los pasaportes, que se están “dosificando” para evitar una escasez mientras se explayan explicando que las medidas son necesarias para garantizar la “seguridad nacional”.
El colapso de la gestión pública en esta administración no tiene precedentes. Es el chu-chu-chu convertido en filosofía de gobierno. Vivimos una crisis fiscal, sanitaria, energética y de seguridad, para no hablar del deterioro moral. Eso de la kakistocracia -el gobierno de los peores- no es una exageración.
Curiosamente, ante el evidente fracaso de la agenda petrista muchos de los acólitos han optado por explicar la debacle argumentado que todo cumple un propósito superior. No importa que la paz total no se hubiera logrado. Ni que tengamos un país aún más desigual y pobre. Ni que la inversión o el empleo hubieran mejorado. O que la salud este mucho peor, los servicios públicos sean más caros, la deuda oficial sea mayor y nuestro prestigio internacional este por el suelo.
Lo importante es que tenemos caras nuevas en los carros oficiales. Es un “cambio de élite”. Ya no nos gobierna la oligarquía esclavista que durante dos siglos ha usufructuado del poder, dicen.
Esto además de ser falso -las llamadas élites rotan mucho más de lo que la gente cree. Uribe Vélez no nació en la elite, como tampoco lo hizo Betancur, o Turbay Ayala, o Pastrana Borrero, o Gaitán y Eduardo Santos, quien era un ilustre hijo de Monguí- lo que confirma es que el petrismo nunca fue sobre mejorar las cosas sino sobre empeorarlas.
La destrucción es su legado. Es el equivalente a los bolcheviques saqueando el Palacio de Invierno o al Götterdämmerung de los Nazis. El propósito queda cumplido si el templo se cae encima de los filisteos. Esto es lo que pasa cuando el más radical del movimiento es el que lo lidera. No hay moderación posible. Es el todo por el todo. Después de él, el diluvio.
Todos los que han participado de esta demolición a sabiendas comparten la responsabilidad. Los que la ejecutaron, pero también los que la justificaron. En la tarde de agosto 7 de 2026 muchos negarán tres veces su afinidad, así el sucesor sea uno de los apóstoles. El daño, simplemente, será demasiado grande. Le corresponderá a quienes no comparten la complicidad recordarle al país que debe regresar al camino de progreso -lento, incompleto pero efectivo- del cual nunca nos hemos debido alejar.