Hace varios años Plinio Apuleyo Mendoza predijo que el modelo político del chavismo se parecería más a las dictaduras del Medio Oriente que a la autocracia cubana. Algo de razón tenía, especialmente en un aspecto poco evidente en su momento.
Además de ayatolas y tiranos de los todos los pelambres en la región prosperan unos grupos terroristas que han trascendido el mero epíteto de bandas criminales. Son verdaderos Estados dentro del Estado. Proveen bienes y servicios públicos, administran justicia, regulan la economía, ejercen soberanía y desarrollan relaciones internacionales, además de tener, por supuesto, un grueso aparato militar de coerción. Los gobiernos que son sus huéspedes son a la vez víctimas y promotores de las organizaciones que los parasitan.
Hezbolá y Hamás son dos de ellos. El uno en el Líbano, prácticamente ejerciendo un cogobierno con el resto de las instituciones libanesas y el otro gobernando Gaza, la zona más poblada de Palestina. Estas organizaciones terroristas además de jurar la destrucción de Israel han hecho todo lo posible por cumplir con su palabra. Y ambas, es bien sabido, actúan como muñecos de ventrílocuo de los teócratas de Teherán. Su objetivo no es la toma del poder -ya lo tienen- es imbricarse lentamente al anfitrión hasta controlarlo.
Pues bien, la dictadura que se ha instalado en Venezuela también tiene su propio grupo terrorista que hace las veces de Hezbolá y Hamás. Es la guerrilla multinacional del ELN. Desde hace rato su pretensión no es la revolución o el derrocamiento del gobierno colombiano. Es su paulatino debilitamiento mientras ejerce el poder paraestatal en la zona de frontera.
A Maduro y sus secuaces, como a los ayatolas iraníes, el esquema les funciona bastante bien. La alianza entre la dictadura y los terroristas es perfectamente funcional. Mientras que la primera se beneficia de los frutos de la ilegalidad (narcotráfico, minería ilegal, extorsión, etc.), la segunda garantiza la impunidad cómplice. Con cada día que pasa este hongo maligno se han ido expendiendo en los límites entre los dos países hasta dominar casi con soberanía la zona.
Tan cómodo será el arreglo que el ELN se ha dado el lujo de despreciar los ruegos del gobierno Petro por avanzar en las conversaciones de paz. Ni Patiño ni Grabe, implorándoles de rodillas, han logrado que los elenos se dignen a pararles bolas.
Es apenas lógico que con toda esta condescendencia el ELN se sienta que está en el mejor de los mundos: se legitima políticamente y se fortalece militarmente. Así estaba Hezbolá y su comandancia en el Líbano: viviendo a sus anchas mientras enviaban rutinarios cohetes al otro lado de la frontera solo por diversión. Hasta que les explotaron en las manos unos bíperes y le cayeron treinta toneladas de concreto en la cabeza al jefe supremo de la organización.
Será esperar a que el próximo gobierno colombiano se canse y ponga al ELN, como a sus hermanitos de sangre en el Líbano, a buscar esconderos de a peso. Lamentablemente será la única forma de que se pongan a conversar en serio y dejen de una vez la guachafita.