En estos tiempos de Covid-19 las analogías bélicas abundan: “estamos en una guerra contra el virus”, “las enfermeras están en la línea de batalla”, “hay que derrotar al enemigo invisible” y así. Por eso es bueno desempolvar las fotos de la última guerra y recordar quiénes fueron los que nos sacaron del embrollo: Roosevelt, Churchill y Stalin en Yalta. Harry D. White y John Maynard Keynes en Breton Woods. Truman firmando el Plan Marshall que salvó a Europa del comunismo.
Cuando esta crisis sanitaria pase -y pasará- ¿a quién recordaremos? Cuando antes había titanes hoy tenemos bufones. Donald Trump, ciertamente no es un Roosevelt, ni un Truman. Los trucos que extrae del maletín de presentador de realities televisivos no logran convencernos de que esta al mando de la situación. Desmontó la oficina de control de pandemias de la Casa Blanca, minimizó la amenaza, desautorizó a sus asesores científicos, difunde curaciones no probadas y promueve un prematuro fin a encierro para satisfacer a los plutócratas, y sabotea sus propias medias para ir en contra de los gobernadores que se resisten a seguirle la cuerda. A la fecha ya van casi un millón de infectados y más muertos que en la guerra de Vietnam.
Es una verdadera lástima, no solo desde el punto de vista humano sino desde el punto de vista político. La evisceración del orden mundial creado en la posguerra, -ese mismo orden que triunfó en la guerra fría y que permitió que la economía de mercado se expandiera por el mundo-, ha sido una política sistemática desde la llegada de Trump al poder. El ataque a la Organización Mundial del Comercio, la desfinanciación de la Otan, el casi retiro del Nafta (que salvó porque algún consejero traspapeló el decreto), el retiro del pacto atómico con Irán, la guerra comercial con la China (sí, tal vez necesaria, pero no así), los ataques a la Unión Europea y ahora el ahorcamiento financiero de la Organización Mundial de la Salud en medio una pandemia es parte de un plan para despedazar el sistema multilateral de la posguerra sin que se vislumbre un reemplazo claro.
Lo peor, tal vez, es que el rey bufón en la Casa Blanca todavía no se siente satisfecho con el daño hecho. Quiere cuatro años más seguir con la pantomima. La destrucción institucional de Trump no se limita a lo internacional. Ha llenado las cortes con marionetas y estas le han cumplido con la lealtad de los conversos; el partido republicano, el mismo de Lincoln, es ahora su moza y tiene un canal propio de televisión para regurgitar sus caprichos. Sustentado en un absurdo sistema electoral puede ganar perdiendo y reelegirse obteniendo varios millones de votos menos que su opositor, como ocurrió la última vez.
Tristemente, cuando salgamos a la calle en unas semanas no habrá conferencias para crear el FMI del cambio climático, ni el Breton Woods de las pandemias, ni las Naciones Unidas del desempleo. Habrá un bufón en el trono del rey intentando cerrar la puerta para contener a los dragones que merodean el palacio.