El silogismo va así: el capitalismo es la causa del calentamiento global. El calentamiento global acabará con la humanidad. Ergo, el capitalismo acabará con la humanidad. Si suena familiar es porque lo es. El presidente Gustavo Petro lo utiliza para justificar su posición en contra de la economía de mercado o de lo que él llama el “neoliberalismo”.
No es que el presidente de los colombianos se hubiera rajado en su clase de lógica con este galimatías. No nos equivoquemos. El error en el raciocinio es intencional. Nada mejor que esconder el sesgo anticapitalista arropándolo en cháchara verde. Disfrazar el colectivismo estatista con la retórica de la protección del medio ambiente funciona bastante bien.
Lo cierto es que el capitalismo no es la causa del calentamiento global. La causa es la utilización de combustibles fósiles para generar energía, algo que la humanidad ha venido haciendo aceleradamente desde mediados del siglo diecinueve.
Sobre esto la COP28, a la cual asistió Petro con una abultada comitiva (huella de carbono: Bogotá-Dubái-Bogotá= 31,4 ton. x pasajero. 300 asistentes x 31,4 = 9.420 toneladas, lo mismo que genera un municipio como Subachoque en un año), por fin se pronunció. Lo hizo anunciando no el fin de capitalismo sino una transición de los combustibles fósiles a energías renovables para lograr cero emisiones netas en 2050.
Esto difiere bastante de la propuesta radical presentada por Colombia, que incluía la idea de un “tratado de no proliferación de combustibles fósiles” y “un freno a la frontera extractivista”. Esto fue un oso internacional, que, junto con el discurso de Petro donde habló de la guerra en Gaza y de Hitler -todo en la misma frase-, nos hizo quedar bastante mal. Los alemanes, hablando por los europeos, reaccionaron aireados por las comparaciones fuera de lugar y los chinos quedaron enfurecidos cuando en un característico exceso retórico los acusó de basar su crecimiento económico en la “muerte de los demás”. Solo el actor que hace de Hulk en las películas de superhéroes manifestó su admiración por la brillantez expositiva del presidente colombiano.
De todas formas la insistencia en el tema del calentamiento global seguirá siendo central en la agenda petrista. Lo será no porque Colombia contribuya al fenómeno (nuestra huella de carbono de 1,6 toneladas per capital anual es de las más bajas del mundo) sino porque, como ya dijimos, sirve de excusa para zurcir la narrativa estatista del gobierno.
El enemigo de Petro no es el termómetro sino el libre mercado. Su insistencia en la amenaza del calentamiento global -que es real pero sobre la cual Colombia poco puede hacer, salvo parar la deforestación- sirve para aplastar al sector minero-energético nacional. O para pasarse por la faja el Estado de derecho expidiendo decretos inconstitucionales como los de La Guajira. Pero también para deslegitimar a la clase empresarial y a la tecnocracia que han construido un modelo de desarrollo que le disgusta al primer mandatario pero que le ha servido muy bien al país durante las últimas tres décadas.