Se suponía que había sido el mayor robo de la historia de Colombia. Según la Contraloría, los ejecutivos de Reficar debían dar explicaciones por la embolatada de $8,5 billones, cifra que salía de la diferencia entre lo presupuestado para el proyecto de la nueva refinería de Ecopetrol ($3,7 billones) y lo ejecutado ($8 billones) más el lucro cesante de una obra que se había demorado mucho más tiempo de lo esperado (otros $2 billones).
Este despilfarro, decía el comunicado que anunciaba los “hallazgos”, era “seis veces el daño fiscal de Saludcoop” y un poco más de lo que se esperaba recaudar con la reforma tributaria en 2017. Con ese dinero se hubieran podido dar becas “durante dos siglos a los 22.000 estudiantes del Programa Ser Pilo Paga” y hasta sería posible construir “600 mil viviendas gratis”, que era la mitad del déficit de vivienda nueva del país.
Mejor dicho, una verdadera tragedia humana y empresarial que clamaba unos responsabecles. Y así fue, cabalgando sobre la indignación ciudadana se fue enlazando a los sospechosos del desfalco para quemarlos en la hoguera de la responsabilidad fiscal ante el aplauso de la muchedumbre y la satisfacción de los inquisidores.
No obstante, hubo quienes advertimos en su momento que las cuentas del supuesto desfalco no cuadraban. ¿Si se habían “perdido” seis billones de pesos, como insistía la prensa en afirmar, porque en el balance de Reficar aparecían activos por un valor superior a esa cifra? Era, además, comúnmente sabido que la refinería no solamente se había completado, sino que, por los mismos días de los anuncios, empezaba a operar a plena capacidad.
Es cierto que el proyecto tuvo importantes cambios en su transcurso. La refinería que queríamos (y que acabamos teniendo) no fue la refinería que presupuestamos, esta última era mucho más pequeña. Se trata de una patología común en el mundo -hasta tiene un nombre: la “falacia de la planificación”-, donde los costos y los tiempos se subestiman para lograr la luz verde política. De hecho, según un estudio que abarcó los últimos 90 años en 104 países y seis continentes, nueve de cada diez megaproyectos no cumplen con su presupuesto.
Ahora también sabemos -sin duda alguna porque fue probado en un tribunal internacional- que una buena parte de los sobrecostos fueron culpa del contratista, quien deberá ahora indemnizar a Ecopetrol en más de cuatro billones de pesos.
¿Final feliz? Casi. La refinería produjo en 2022 utilidades netas por $2,5 billones, pagará pronto su deuda y seguirá siendo una fuente de ingresos al país durante décadas. Convendría una reivindicación pública a los funcionarios injustamente señalados por haber tomado la decisión de continuar la obra y no de pararla, como hubiera sido lo fácil. Gracias a ellos los colombianos tenemos una gran empresa y no una montaña de chatarra depositada en Mamonal.
Ojalá que los entes de control reflexionen sobre la manera como hacen su trabajo. Muchas veces por lograr el aplauso fácil no solamente aplastan reputaciones, sino que acaban causando mucho más daño que el que pretenden evitar.