“No hubo medallas, pero hubo alegría” fue la explicación que el presidente del Comité Olímpico Colombiano, Ciro Solano, ofreció para justificar el rotundo fracaso de nuestro seleccionado nacional en las gestas de Tokio 2020. Ciertamente una frase célebre en el panteón de frases célebres del deporte colombiano, colocada junto con otras de antología, como “ganar es perder un poco” o “es mejor ser rico que pobre”.
Esta crítica, que sea claro, no es a los deportistas. Todos y cada uno de ellos son estrellas, individuos que representan lo mejor de los valores nacionales: dedicación, esfuerzo, perseverancia y sacrificio. Además, independientemente de las preseas que hubieran obtenido o no, cualquiera con un cupo olímpico es por definición un campeón de su respectiva disciplina.
La crítica tampoco es a los llamados “dirigentes”, los cuales hay de todos los sabores y colores. Es muy fácil personalizar el problema endosando las responsabilidades a unos señores de mediana edad que más parecen caricaturas de León Londoño que esbeltos atletas entrados en años. El mito del dirigente viaticador, que se gasta los presupuestos en whisky mientras la joven promesa corre con los pies descalzos es eso: un mito. Muchos de los dirigentes deportivos colombianos son personas comprometidas con su responsabilidad, que en la mayoría de los casos deben ejercer en medio de grandes limitaciones.
¿Dónde radican entonces las causas del fracaso en Tokio? Porque fracaso sí hubo, de eso no hay duda. No obtuvimos ninguna medalla de oro -que es como se mide el éxito olímpico- y pocas de plata y bronce, muchas menos que en 2016 y en 2012. Los diplomas olímpicos y los pitos y las chirimías, lamentablemente, no cuentan. Nuestra delegación olímpica fue la mitad de la que asistió a Río, lo cual explica en buena parte nuestro vergonzoso lugar 66 en las gestas, por debajo de Ecuador y de Venezuela.
El fracaso se centra en una falla de gobierno. El triunfo deportivo es producto de políticas públicas bien diseñadas, financiadas y ejecutadas. El talento individual es clave para los resultados, pero sin un apoyo sistemático, institucional y profesional es casi imposible que sobresalga. Desde finales del siglo pasado se desarrolló en Colombia una política pública deportiva, encabezada principalmente por Andrés Botero Phillipsbourne, primero en su calidad de director del COC y luego, durante el gobierno Santos, como director de Coldeportes, que desencadenó en los resultados olímpicos que nos enorgullecen.
Estos avances parecen haberse esfumado desde su salida y la creación del flamante Ministerio del Deporte, con las montañas de burocracia que ello implica, no sustituye automáticamente una buena gestión gubernamental. La escuálida tabla de medallas de Tokio 2020 será otro recuerdo más de las oportunidades perdidas en este cuatrienio. En materia deportiva, como en muchas otras, nos tocará esperar hasta agosto del próximo año para empezar la recuperación de este tiempo perdido.