Podría uno empezar esta columna haciendo una relación del viacrucis de Gustavo Petro durante la pasada Semana Santa pero no vale mucho la pena.
Un hermano caricaturesco picado por un alacrán que relató desde la cama de un hospital el periplo al pabellón de los para-corruptos en la Picota para obtener apoyos políticos. Una ridícula explicación del candidato de marras alegando que se trataba de un ejercicio de alta filosofía posmoderna inspirado en las enseñanzas de Jacques Derrida. Una confirmación del peón de brega del petrismo de que, en efecto, la inteligencia de los meros mortales no podía comprender este acto de sabiduría iluminada. Y, cuando quedó claro que la gente no sería tan pendeja como para comerse semejante cuento, la campaña reviró recurriendo a la siempre útil excusa de que todo fue una treta, un entrampamiento en el cual cayó el candidato por su angelical inocencia.
Pero lo que pasó, pasó. No solo la campaña de Petro envió a un emisario de alto rango -nada más y nada menos que el hermanito de sangre del ungido- a acordar con asesinos y desfalcadores de la peor calaña apoyos políticos a cambio de votos, sino que, de manera simultánea, apareció un audio de Marquitos Figueroa, alías “El perrero de los malcriados” (esto el difícil de inventar), donde invitaba efusivamente a apoyar al candidato.
En todo caso lo llamativo del episodio no es que Petro sea capaz de intercambiar indultos a criminales condenados a varios cientos de años de prisión por favores electorales. Eso, juzgando por el séquito de celebridades judiciales que recientemente han llegado a su campaña, era de esperarse.
Lo verdaderamente interesante es lo que el episodio dice sobre el caos de la campaña petrista. Todo parece indicar que se acabó la merienda y ahora tienen que raspar la olla. Después de meses de intentar desmembrar al liberalismo y de fracturar al partido verde es poco lo que han logrado en materia de apoyos, solo uno que otro exfuncionario quemado y varios parlamentarios despistados. La persistencia de Fajardo y del ingeniero Hernández en la contienda prácticamente garantizan que Petro esté lejos de un triunfo en primera vuelta.
Además, existen por lo menos ocho millones de votos todavía por decidirse (de personas que no votaron en las consultas o en las parlamentarias pero que sí votaron en la elección presidencial de 2018). Este inmenso caudal, aunque insatisfecho con la actual gestión gubernamental, como lo confirman las encuestas, no parece estar dispuesto a experimentar con el cambio suicida que propone Petro y sus secuaces. Firmar ante notario una promesa de no expropiación es una risible triquiñuela electorera difícilmente creíble cuando el programa de gobierno contiene la palabra “democratizar” más de treinta veces.
Seguir citando los ejemplos de Boric y de Castillo para pronosticar el triunfo inevitable de Petro en segunda vuelta resulta inútil. La historia, como decía el mismo Marx, puede que se repita, pero primero como una tragedia y luego, seguramente, como una farsa.