Mortifica un poco darle la razón a Nayib Bukele, pero algunas veces toca. Habrá mucho para cuestionarle al presidente de El Salvador, desde su irresponsable apuesta en cripto monedas hasta la captura de las cortes de su país, pero su posición en la actual guerra entre el estado de Israel y Hamás es correcta.
Bukele, valga decir, es de origen palestino. O sea que no podrán acusarlo de sionismo o de simpatías con Israel. “Estoy seguro -dijo en su cuenta de X- de que lo mejor que le podría pasar al pueblo palestino es que Hamás desaparezca por completo. Esas bestias salvajes no representan a los palestinos. Cualquiera que apoye la causa palestina cometería un gran error al ponerse del lado de esos criminales”.
Porque criminales los de Hamás sí son y en esto no debería nadie caer en el relativismo justificativo. El ataque indiscriminado a las ciudades israelitas, la toma de rehenes y el ametrallamiento de jóvenes pacíficos cuyo único pecado fue asistir a un concierto en el desierto son actos de terrorismo puro. Ya van casi mil muertos en Israel por estos ataques, una cifra significativa para un país con tal solo nueve millones de habitantes. Si un ataque similar hubiese ocurrido en Colombia el equivalente proporcional hubieran sido cinco mil quinientos muertos.
Este detalle se le escapa a nuestro presidente, enceguecido como suele estar por todas las causas tercermundistas, entre ellas el apoyo a extremistas arropados en el manto engañoso de la liberación nacional. Hamás y Hezbolá nunca han servido los intereses de los palestinos, como lo anota acertadamente Bukele, un salvadoreño-palestino de verdad. Son instrumentos de Irán y esto explica los atentados: son una maniobra para indisponer al mundo árabe que venía avanzando decididamente en la normalización de sus relaciones con Israel.
La ironía es que Petro, que alega defender a los palestinos -en algún momento le dio por portar una kufiya en solidaridad- haga todo lo posible por ayudar al saboteo iraní de lo que puede ser el paso más importante para la paz en la región desde los acuerdos de Camp David.
Además, esta absurda postura no solo contradice la tradición diplomática colombiana sino los intereses nacionales. Hay dos ciudadanos colombianos desaparecidos dentro de aquellos que fueron atacados en el concierto, pero estos jóvenes no han tenido la más mínima atención por parte del presidente. En el X presidencial, dedicado por estos días a polemizar con embajadores de países aliados y a relativizar lo ocurrido con dudosas analogías históricas, ni siquiera se ha mencionado que dos connacionales pudiesen haber sido víctimas del terrorismo palestino.
Esta es una muy petrista forma de abordar los problemas: seleccionar los hechos que encajan en su cosmovisión ideológica y descartar los demás. Así siempre habrá una confirmación de los caprichos presidenciales. El problema en este caso es que el jefe de Estado nos pone a los colombianos del mismo lado de organizaciones que representan lo más deleznable que la humanidad tiene que ofrecer.