Los expertos en estrategia lo llaman “sobre-extensión”, que es cuando una persona, segura y entusiasmada con sus éxitos, pierde el sentido de la proporción y lleva sus ambiciones demasiado lejos. O, dicho de otra forma, es cuando se abarca mucho y se acaba apretando poco.
Usualmente les ocurre a los imperios, que intentan aumentar su alcance más allá de sus capacidades militares y logísticas y se debilitan en consecuencia, volviéndose presa fácil de sus contendores. Les pasó a los Habsburgo y a Napoleón. Lo mismo ocurre con las empresas que crecen demasiado rápido y en desorden. Luego pierden el foco y se vuelven vulnerables a la competencia. Piensen en General Electric.
Y, por supuesto, les pasa a los gobiernos que abordan agendas expansivas, obnubilados por mandatos inexistentes y por coaliciones políticas artificiales, que los llevan a hacer promesas cada vez más fantasiosas, donde el anuncio estridente de un día es acallado por el estrepitoso ruido del nuevo anuncio la mañana siguiente. El resultado final suele ser una decepción generalizada. Pero no solo eso. La burocracia estatal sale corriendo a implementar la alocada idea para encontrar que pronto las prioridades cambian y que, cuando esto ocurre, debe virar su atención hacía el otro y más inmediato proyecto que también pronto perderá favor al surgir una caprichosa alternativa diferente. Esto es una receta para el caos. La improvisación se convierte en un método. Se derrochan los escasos recursos públicos, frustrando las expectativas de los más necesitados. El oportunismo corrupto florece.
No ha pasado un mes desde la posesión presidencial y es evidente que este gobierno sufre de un caso agudo de la patología. Cada intervención presidencial es una caja de sorpresas. En Barranca propone crear el departamento del Magdalena Medio. A falta de una zona de despeje plantea crear 65, instalando puestos de mando unificados en los municipios más violentos, cuya función no será coordinar las acciones de las autoridades sino paralizarlas. Como si fuera poco la “paz total”, concepto original que hace alquimia convirtiendo a criminales comunes en criminales políticos, ahora vendrá acompañada de un cese al fuego “multilateral”. Esto, junto con la purga en la Policía y el Ejército, es el equivalente funcional a la desmovilización de la fuerza pública.
Hablo solo de la cosecha presidencial de los últimos días. La ministerial es igualmente prolífica. Anunciar una reforma agraria sin proyecto de ley es una invitación a la invasión de tierras (como está ocurriendo); cesar bombardeos cuando hay menores incrementa, no reduce, el reclutamiento de estos; reconocer a los campesinos como sujetos de derechos (como si no los tuvieran ya) es innecesario y poner a los ladrones de celulares a pagar las cuentas de sus víctimas es una idea tan ridícula que no vale la pena mencionarla.
Como van las cosas no se extrañen si en algún momento alguien plantea pavimentar el río Magdalena, ponerle una marquesina a Bogotá o, quizás, hasta construir un tren eléctrico entre Buenaventura y Barranquilla.