En Colombia no hay nada más permanente que una medida temporal. Por ejemplo, el cuatro por mil -que empezó siendo el dos por mil-, un impuesto temporal cuyo objetivo era financiar el salvamento de la banca pública tras la crisis de 1999.
Un cuarto de siglo después sigue allí, tan campante. O el llamado contraflujo, esa mortal práctica implementada en las calles del país de reversar el flujo vehicular en determinas horas mientras se aumentaban las capacidades viales. Estas, obviamente, nunca se aumentaron y más bien se restringieron, creando ciclovías que permanecen desocupadas.
El temor en este momento es que los llamados “protocolos” sanitarios implementados por el covid se vuelvan hasta tal punto rutinarios que su propósito se olvide y la inercia los convierta en permanentes, como las pelucas de rizos blancos en los estrados judiciales ingleses o la práctica inútil de taparse la boca con un pañuelo cuando se sale a aire frío “para evitar el sereno”.
Porque, recordemos, bastante tontería se implementó al principio de la pandemia para evitar la supuesta propagación del virus. Tapetes desinfectantes, guantes quirúrgicos, visores, overoles estériles, desinfección del calzado y hasta fumigación de las llantas de los carros. Para no hablar de rituales como el lavado de frutas y verduras, la limpieza obsesiva de superficies y el uso de gel desinfectante hasta llegar a niveles de intoxicación dermatológica.
Y qué decir de las inútiles Coronapps, los Check Migs (¿quién se inventa esos nombres?) y demás aplicaciones burocráticas que solo sirven para que el Gobierno pueda mostrar que hace algo. O los supuestos aforos que poco evitan los contagios pero que afectan la viabilidad de muchos negocios que requieren economías de escala -algo que resulta particularmente absurdo cuando se autorizan marchas multitudinarias en las calles-. O la prohibición de ingreso de visitantes al Aeropuerto El Dorado y la presentación de por lo menos cuatro innecesarios certificados diferentes para poder viajar.
Por allá en el mes de marzo de 2020, cuando se identificó la magnitud de la crisis, los expertos basaron sus recomendaciones no en la verdad revelada sino en la evidencia científica disponible. Procedieron de buena fe y en su mejor entendimiento de la situación. Durante los pasados 18 meses hemos aprendido muchas cosas sobre el virus. Aunque hubo errores, de no ser por algunas de las medidas adoptadas -como el tapabocas y las vacunas- tendríamos una cifra dos o tres veces mayor a los 15 millones de muertos que se estiman.
Ahora que un número significativo de colombianos están vacunados o estuvieron expuestos al virus (89% de la población según el INS), se debería evaluar cuáles de estas medidas sirven (algunas) y cuáles son simples estorbos (la mayoría). En economía no hay almuerzo gratis, cualquier restricción tiene un costo o hace un daño, algo que suelen olvidar los burócratas. O, como diría Nicolás Gómez Dávila, no hay nada más peligroso que resolver problemas transitorios con soluciones permanentes.