Analistas 11/01/2023

Lumpen

Como la segunda parte de una mala película, ahora resulta que una turba de seguidores de Bolsonaro intentó realizar una toma de varias oficinas públicas en Brasilia buscando la destitución del presidente Lula. Fue un déjà vu, esta vez en versión farsa. Algo casi igual a lo ocurrido hace dos años en el Capitolio de los Estados Unidos, donde otra turba impulsada por el presidente saliente de ese país había intentado prorrogar su mandato en contra del veredicto popular.

En ambos casos el protagonista fue la lumpen. Aquellos desadaptados intoxicados de odio y desinformación embebida de las redes sociales. Esas personas frustradas por su real o percibida marginación social. Los individuos que buscan conservar o reconstituir su identidad contraponiéndose a un supuesto sistema hegemónico que imaginan causante de todos sus infortunios.

Y, por supuesto, a este caldo de cultivo social se le debe sumar la mano no tan invisible del demagogo del momento, que ve en la lumpen no una causa sino un instrumento. Sobre los hombros del desafecto de la turba cabalgará para realizar sus megalómanas aspiraciones importándole un bledo el daño y destrucción que le pueda causar a sus seguidores o a la sociedad.

El fenómeno no es solo de la derecha, aunque esta sea donde se ha manifestado más de manera más evidente por estos días. Los demagogos de la izquierda también son expertos en explotarla. Al fin y al cabo, fue Marx uno de los primeros que la identificó.

No hay mucha diferencia entre el chaman de cara pintada y cuernos de búfalo que irrumpió en la oficina de Nancy Pelosi para colgarla por traición o los bolsonaristas verdeamarelos que vandalizaron Brasilia y los “buenos muchachos” de la Primera Línea que incendiaron el país durante 2021.

Los de aquí también buscaban subvertir el régimen democrático, desconociendo las instituciones y los incómodos procesos de un estado de derecho. La destrucción de la infraestructura urbana, el bloqueo de vías y la intimidación de la población no tiene nada que ver con el derecho a la protesta pacífica. La lumpen de la Primera Línea no se tomó el Congreso o la Casa de Nariño porque no quisieran -ese era claramente su objetivo- sino porque la fuerza pública impidió que esto ocurriera.

Por esta razón es que resulta nauseabundamente hipócrita que los beneficiarios directos de los desmanes de la Primera Línea, que ahora detentan los más altos cargos del Estado colombiano y ofrecen impunidad a sus acólitos, se erijan como guardianes de la Carta Democrática Interamericana. Tan deplorable es la asonada en Brasilia, como el intento de autogolpe de Castillo en Perú. Tan lamentable es el desmonte del INE en México, como la detención de opositores en Nicaragua o como el afianzamiento de la dictadura en Caracas.

Y en esto no son diferentes a la ilegal designación de miembros de la Primera Línea como supuestos “gestores de paz” o a la reforma al Código Penal colombiano que garantizará que decenas de estos criminales de la lumpen queden en la más absoluta impunidad.

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