Analistas 16/08/2023

Milei

Despelucado y un tanto histriónico, vociferando en contra de “la casta”, Javier Milei ha ganado las elecciones primarias en la Argentina y se vislumbra como un muy serio contendor para disputar la presidencia de ese país.

Nadie debería sorprenderse de que este fiel representante del anarco-capitalismo -como se ha descrito la inusual combinación de libertarismo extremo con populismo antisistema que el candidato esboza- este punteando en las preferencias electorales.

El desastre del régimen kirchnerista que ha gobernado a la Argentina desde hace dos décadas, con el breve interregno de Macri, ha subsumido al que fuese el país más rico del continente después de los Estados Unidos en una pocilga tercermundista.

Y es que la gente está molesta no solo con los políticos tradicionales de las diferentes tendencias ideológicas sino también con el incrementalismo reformista -el que intentó sin resultados Macri- y ahora están dispuestos a experimentar con la versión más extrema del cambio.

Porque esa es la receta de Milei, tan radical que hasta suena caricaturesca: por ejemplo, acabar con el banco central, eliminar 10 de los 18 ministerios del gobierno -entre ellos los de obras públicas, ambiente, trabajo, educación y salud-, además de permitir la venta de órganos humanos, la construcción de cárceles privadas y la autorización del libre porte armas.

Uno podría estar tentado a aplaudir. Las cosas en Argentina difícilmente pueden estar peor y la agenda woke y el parasitismo económico de la izquierda radical que permean a la región allá llegaron a su límite hace rato.
Sin embargo, el Milei de la campaña parece ser un representante más del utopismo latinoamericano -de esa fiebre delirante tan bien descrita por Carlos Granés y que nos mantiene atados a los paradigmas del siglo pasado- pero esta vez proveniente del otro extremo del espectro ideológico.

Nuestra tendencia a buscar soluciones fáciles a los problemas difíciles del desarrollo, promocionadas por personajes carismáticos que juegan hábilmente con las emociones populares ofreciendo recetas mágicas irrealizables, tiene a nuestra parte del mundo en la situación de estancamiento en que se encuentra. Latinoamérica, a los ojos de los demás, es la región del futuro y siempre lo será.

No es muy diferente prometer la construcción de un magnánimo sistema de salud centralizado y público o un tren eléctrico entre Buenaventura y Barranquilla, como hace el utopista que nos gobierna en Colombia, a proponer “dinamitar” el banco central, como lo hace Milei. Ambos personajes acaban siendo caras de la misma moneda, unos buscando la reivindicación social en un Estado cada vez más grande e intrusivo y los otros queriendo sustituirlo por unas fuerzas de mercado cargadas de fallas que difícilmente servirán para obtener la libertad que con tanta pasión pregonan.

Quizás algún día en Latinoamérica nos cansemos de estos encantadores de serpientes y sus fantasías imposibles para darnos por satisfechos con gobernantes que tan solo nos ofrezcan la posibilidad de un progreso lento y difícil, pero, por lo menos, seguro.

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