Analistas 03/11/2021

No y no

Como a los niños pequeños, que lloran sin saber qué les duele y cuando el padre les toca la rodilla pegan el grito y cuando les toca la frente lloran más duro y cuando les toma la mano dan alaridos, así mismo los colombianos en cada una de las encuestas publicadas por Invamer, en la serie de encuestas de opinión pública más continua que se tiene (van 145 ediciones), nunca habían manifestado tanto pesimismo y tanta desazón con el rumbo del país, con sus líderes y con sus instituciones como el que se está verificando en este momento.

Nadie se salva (si acaso los empresarios). Ni el Ejército, ni la Policía ni la Iglesia, antaño las instituciones más respetadas, salen bien libradas, para no hablar de la justicia (que tiene la misma popularidad de las Farc), los partidos políticos o el Congreso. Por supuesto que la popularidad presidencial está en el piso. Duque, en todos, absolutamente todos los temas consultados, como inseguridad, economía, pobreza, relaciones internacionales y hasta inmigración sale muy mal calificado. En algunos casos de manera casi unánime, como la inseguridad, donde 94% de los encuestados afirman que las cosas están empeorando.

Lo mismo ocurre cuando se pregunta por las personas. La popularidad de la alcaldesa de Bogotá está en el piso, al igual que la popularidad de otros alcaldes de las principales ciudades. Y qué decir de los candidatos presidenciales: solo uno de ellos (y no es Petro) puede contar con un neto de imagen positiva.

El panorama que arroja esta medición (y algunas otras recientes también señalan cosas parecidas) es desolador. Casi nihilista. Casi propio de un estado avanzado de anomía social.

¿Qué es lo que ha pasado para llegar hasta donde estamos?

El punto de quiebre ocurrió en el mes de agosto de 2012, cuando se invierte la relación de personas que dicen creer que el país va mejorando por aquellas que afirman lo contrario. Esta fecha coincide con el anuncio de las negociaciones de paz con las Farc y con la ruptura de las relaciones políticas entre Uribe y Santos.

La oposición cerrera que se inició en ese momento no se limitó al proceso de paz, -el cual, por demás, era bastante más riguroso que cualquiera de los intentados por Uribe-, sino que fue de tierra arrasada. Solo bastaba que el tema o la situación fuera antagónica al gobierno de Santos, sin importar sus méritos o consecuencias, para que el uribismo en oposición le ofreciera sus buenos oficios. Así acabaron promoviendo un paro cafetero innecesario, un paro camionero abusivo, numerosas marchas en las ciudades y, lo que fue peor, el saboteo a la renegociación del acuerdo de paz tras el resultado de un plebiscito ganado a punta de mentiras.

Siembra vientos y recogerás tempestades, dice el dicho. El cisma del establecimiento colombiano y de sus instituciones, provocado por el partido de oposición para posicionarse frente a las elecciones de 2018, abrió una caja de pandora. Lograron su cometido y ganaron la Presidencia, pero ahora será muy difícil encerrar de nuevo a los demonios sueltos.

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