La adjudicación de la licitación para proveer pasaportes realizada por el secretario general de la Cancillería, concluyendo un tortuoso trámite bien conocido por el país, ha sido calificada por el Presidente de la República como una “traición”.
El uso de la palabra es bastante llamativo. Los funcionarios públicos en Colombia -el Presidente incluido- al tomar posesión de sus cargos juran cumplir y defender la Constitución y las leyes. Así las cosas, su única lealtad, por llamarlo de alguna forma, es al apego a la normatividad constitucional y legal vigente en el país.
Petro, sin embargo, parece sugerir algo diferente al llamar traidor al funcionario que adjudicó el contrato. Su lamento tuitero da a entender que esperaba una lealtad personal del secretario general y que el incumplimiento del voto rompía el nexo metafísico entre el líder y sus subalternos.
Los Nazis entendían bien el concepto. El juramento de lealtad que proferían los funcionarios del régimen, incluyendo de manera especial los militares, era un juramento personal a la figura de Adolfo Hitler. En ese sentido no estaban atados a alguna norma superior o legal sino a la voluntad del Führer.
En las últimas semanas hemos sido testigos de ataque sistemático a la institucionalidad por parte del gobierno. Plantones ante las Cortes, violación de los procedimientos presupuestales y contractuales, suplantación de funciones, nombramientos espurios. De esto hemos tenido una alta dosis y tendremos mucha más en lo que sigue.
La mutación del petrismo hacia su versión más siniestra está en curso
El Presidente ha advertido que el ordenamiento legal es ilegítimo porque está diseñado por lo que le ha dado por llamar la “oligarquía neoliberal”. Es una vieja táctica funcional a sus designios autocráticos y la antesala para el prevaricato generalizado.
Para esto necesita cómplices, alfiles incondicionales que le sigan por convicción o conveniencia sus caprichos. Quienes han demostrado cierta independencia o un elemental respeto por las normas van siendo removidos como obstáculos incómodos. Son, en palabras del Presidente, el “enemigo interno”, aquella fuerza agazapada que intenta clandestinamente “evitar el cambio”.
Nunca habíamos creído posible que en nuestro país, con todos sus problemas, tuviéramos que lidiar con el principio esencial del nazismo: el Führerprinzip, la obediencia absoluta al caudillo. Ahora parece que la sola palabra del líder que habita la Casa de Nariño basta para justificar el aplastamiento del ordenamiento jurídico con la connivencia de sus secuaces.
La mutación del petrismo hacia su versión más siniestra está en curso. Es una transformación que no admite moderación: es el todo por el todo. La apuesta consiste en desatornillar el modelo de pesos y contrapesos de la Constitución del 91 para prolongar el mandato presidencial indefinidamente (“cuatro años no son suficientes, lo dijo Francia Márquez hace unos días). Ya sea en carne propia o en cuerpo ajeno.
Ante esta amenaza no se puede ser ingenuo. Solo la resistencia decidida de la sociedad civil en defensa de las instituciones -en las cortes, las calles y las redes- puede evitar el colapso.