Parece que Petro lo logró. Logró la descertificación por parte de los Estados Unidos en la lucha contra los narcóticos y ¡moñona! logró que, además, le quitaran la visa a él y a todo su gabinete. Lo hizo en cuestión de semanas y no como Samper, que se tardó años de escándalo para obtener resultados similares.
Es parte de la pulsión de muerte que acompaña el primer mandatario. Ante la imposibilidad de acabar inmolado como Allende, defendiéndose con ametralladora en mano de los militares golpistas, a esta caricatura de caudillo no le quedó otra que provocar a los gringos hasta que les voló la chispa.
Lo que hizo fue una bofetada inaceptable para cualquier gobierno y una vergüenza para nuestro país. Pararse con altavoz en mano en un parque a incitar a la rebelión de las fuerzas armadas del anfitrión es una afrenta intolerable ¿Qué diría el petrismo si viene Trump al Parque de la 93 a pedirle al ejército colombiano que ataque a Venezuela? Pedirían su arresto inmediato, que es lo que han debido hacer las autoridades de Nueva York con Petro si no fuera por la inmunidad diplomática que se le otorga a los jefes de Estado que viajan a la asamblea general de la ONU.
Es razonable suponer que la intervención callejera de Petro no fue accidental, producto de una calentura retórica. Desde que aterrizó en la Gran Manzana las bodegas oficiales tenían instrucción de mover el hashtag #Petrolídermundial.
Con eso era suficiente para vaticinar que vendría un altercado. Petro estará pensando en el postpetro (faltan 309 días) y se vislumbra a sí mismo como un faro de luz en la oscuridad del mundo. Esta fantasía se la alimentan los sicofantes que lo rodean y, seguramente cuando deje el cargo, le pararán algunas bolas en los círculos del mamertismo internacional.
Pero para la mayoría de la gente seria, Petro es otro de esos payasos tercermundistas con ínfulas de grandeza; tiranos con un ego desbordado que no se limitan a hacer daño en sus fronteras. De eso ya han visto muchos: Gaddafi, Castro, Chávez, Hussein, Nkrumah, Bashar al-Ásad. Todos hicieron espectáculos internacionales (ninguno tan pedrero como el que hizo Petro) y todos acabaron en la ignominia.
Petro estará en todo su derecho de vociferar lo que quiera después del 7 de agosto de 2026. Si quiere agarrar un fusil, como propuso en Nueva York, e irse con sus zapatos Ferragamo a Palestina a liderar la revolución mundial, bien pueda. Sin embargo, antes de esa fecha seguirá siendo el jefe de Estado de Colombia.
Lo que sí no puede hacer, es poner todos los colombianos a pagar los platos rotos de sus caprichos. Porque la confrontación con nuestro principal aliado político y comercial, con quien hemos tenido una relación excelente desde hace más de 100 años, la acabará pagando el pueblo colombiano.
Más desempleo, más inseguridad, más pobreza, más desigualdad. Esas son las consecuencias de la camorra irresponsable que el petrismo le ha cantado a los Estados Unidos. Ojalá que el próximo año cuando los colombianos tengamos que elegir nuevo presidente tengamos muy claro quiénes fueron los culpables de esta situación.