Al César lo que es del César: el acuerdo de paz en Gaza, con su liberación de rehenes y cese al fuego temporal, ha sido una victoria de Donald Trump. El trabajo del enviado especial al Medio Oriente, Steve Witkoff y del primer yerno, Jared Kushner, silencioso, meticuloso y, sobre todo, eficaz, dio resultados.
No fue fruto de discursos encendidos ni de proclamas morales, sino de la labor discreta de mediadores reales: Egipto, Qatar, Turquía, Arabia Saudita y, por supuesto, los Estados Unidos. Mientras tanto en Bogotá, a Gustavo Petro, autoproclamado líder del mundo mundial de la causa palestina, se le vio perdido en acción, sin saber cómo reaccionar ante las buenas nuevas.
El presidente colombiano lleva meses lanzando condenas, declaraciones, y hasta insinuaciones antisemíticas sobre el conflicto palestino-israelí. Funge como defensor de los pueblos oprimidos y pretende dictar cátedra de ética internacional. Pero su retórica se ha vuelto tan desbordada como irrelevante.
Colombia no tiene peso diplomático en el Medio Oriente, ni relaciones históricas de influencia, ni intereses estratégicos directos. Lo único que logra Petro con su grandilocuencia es aislar al país y hacer de su propia voz un eco vacío que rebota entre discursos de plaza y trinos altisonantes.
Lo más grave no es el exceso verbal, sino la desconexión con la realidad nacional.
Mientras Petro exige justicia global, aquí la violencia criminal se expande por las regiones. Nadamos en un mar de coca y estamos destruyendo nuestras selvas y ríos con la explotación ilegal de oro. Las disidencias de las Farc multiplican atentados y extorsiones y el ELN se pasea por las fronteras con ánimo de señor y dueño. Colombia vive su propio drama humanitario, pero el Presidente parece más interesado en las víctimas de Gaza que en las de Arauca, el Cauca o el Catatumbo.
El interés del Presidente por los dramas ajenos y la indiferencia ante los propios tiene una explicación. Petro dejará un país desolado para pasearse a sus anchas en el circuito internacional. No faltarán foros y congresos de la marginal, pero elocuente izquierda global donde personajes como el expresidente colombiano serán bienvenidos. Por otra parte, necesita agitar a sus bases con miras a la campaña presidencial que se avecina. Ante los pocos resultados de su gestión no queda sino la victimización como estrategia. “No pude porque no me dejaron” será el mantra. De ahí que sus esbirros en el gabinete este maquinando la convocatoria de una espuria constituyente que sirve a la vez de explicación del fracaso y de oportunidad para asegurar la continuidad.
Petro se quedó por fuera de la foto, sí. El triquitraque que intentó explotar con las marchas pro-palestinas de hace unos días, se le encharcó. Y a nadie se le pasó por la cabeza que merecía un lugar en la fila de presidentes en Sharm el Sheij. Pero seguirá buscando pretextos para movilizar a sus seguidores con el doble propósito de apuntalar la elección y de proyectar su imagen internacional. Los paganinis del desaforado ego presidencial, lamentablemente, seremos todos los colombianos.