A principios del año, la revista Semana publicó una nota titulada “¿Por qué las nuevas generaciones no quieren tener hijos?”. A manera de lead, la revista nos introdujo a Nathalie Gómez y Andrés Molina, dos finos especímenes de homo millennial, quienes celebraron la vasectomía de este último con el siguiente mensaje en las redes sociales: “NUNCA SEREMOS PAPÁS, aceptamos una vida en la que eternamente nos compraremos los juguetes para nosotros, podremos viajar sin limitaciones, caminar desnudos por la casa y más”, añadiendo que su intención era salvar el planeta no trayendo a un humano más a este mar de lágrimas. El mensaje, según el cálculo de Semana, tuvo 57.000 compartidos, 3.700 comentarios y 128.000 me gusta.
Que los millennials quieran vivir una Navidad eterna, viajar sin limites y caminar empelotas por ahí es, hasta cierto punto, entendible. La suya puede ser la generación más frívola de la historia humana. Pero si piensan que dejando de parir le van a hacer un favor al planeta, pues están muy equivocados.
Dentro de muy poco el problema no será de mucha gente sino de muy poca.
Así es, como suena. Según la sabiduría convencional la población humana llegará a los 13.000 millones de personas a finales de este siglo, causando una catástrofe ambiental, la misma que Nathalie y Andrés quieren evitar mutilándose los órganos reproductivos. Sin embargo, como lo demuestran dos autores canadienses, Darrell Brickeren y John Ibbitson, en su libro “El Planeta Vacío” esos cálculos están mal. La población humana llegará a su pico de 8.000 millones en 2050 desde donde empezará un declive, quizá imparable.
La razón es muy simple: para que la población humana siga siendo igual, se requiere que cada mujer del planeta, en promedio, procree 2,1 hijos. Esta es la llamada tasa de reemplazo. Si el número es menor la población entra en un ciclo de declive exponencial y si es mayor ocurre lo contrario. Hasta hace muy poco se creía que la caída en la fertilidad era un fenómeno exclusivo del mundo desarrollado. En Japón la tasa de fertilidad es de 1,4, en Alemania de 1,5 y en Estados Unidos de 1,8. Sin embargo, tan pronto las sociedades se urbanizan y las mujeres se educan y trabajan el número de hijos se desploma. Esto ha pasado, por ejemplo, en Latinoamérica y puede explicar los 5 millones de colombianos menos en el último censo.
Antes de celebrar un mundo sin gente, pensemos lo que significa. La economía de mercado está basada en la expectativa de crecimiento constante. Las empresas viven de vender más a más personas. Los presupuestos públicos dependen de los impuestos de estas empresas, cuyos ingresos se verán disminuidos. El gasto público en pensiones y salud de una población envejecida no se podrá financiar y la tecnología puede que no reemplace a tiempo la mano de obra perdida. Este mundo sin gente, no será un buen mundo para Nathalie y Andrés, a quienes seguramente veremos, pobres y perdidos en la mitad de Mongolia, añorando la llamada del hijo que nunca tuvieron.