Digamos que reunimos a un grupo representativo de colombianos y a tres científicos marinos y les pedimos a los que quisieran la derogatoria de la resolución 350 -que fijó cuotas para la pesca de tiburones- que levanten la mano. ¿Quiénes la levantan? Respuesta: Todos, menos los tres científicos marinos.
Con la opinión pública indignada, las redes sociales escupiendo vitriolo y el gobierno acorralado, el diario El Espectador publicó el pasado 2 de noviembre un artículo (“Tiburones en un mar de desinformación”), donde tres de los más reconocidos expertos en tiburones explicaron porque fijar cuotas de pesca es lo conveniente desde el punto de vista ambiental.
Parece que la recomendación de la ciencia le cayó como una patada a los indignados: lo de ellos no es el método científico; son los likes, las tendencias y los retuits. Sin embargo, ojalá el problema fuera solamente de unos influencers adictos al próximo pase de popularidad efímera. La creciente dificultad de los debates ecológicos en Colombia es la captura de la agenda ambiental por parte de los animalistas.
El ambientalismo y el animalismo son dos cosas muy diferentes. Mientras que el primero tiene que ver con la conservación y la utilización sostenible de los recursos naturales, el segundo tiene como fin último otorgarles a los animales el status de personas, privilegio legal que hasta ahora solo les pertenece a los humanos.
El animalismo ha sido hábil en camuflar su agenda (veganismo obligatorio, no uso de animales para cualquier propósito, liberación de las mascotas, etc.) en la agenda ambiental; hasta tal punto que, en Colombia, se confunde una cosa con la otra: se es ambientalista, por ejemplo, si se le reconoce el habeas corpus a un oso de anteojos que siempre ha vivido en cautiverio, como ocurrió hace unos años con un ridículo fallo de la Corte Suprema de Justicia.
Esto no resulta inocuo. Para los ambientalistas los caprichos del animalismo son un lastre difícil de cargar. Basta con recordar el episodio de los hipopótamos de Pablo Escobar que Cornare, siguiendo la ley y el protocolo, ordenó descastar; operación que fue suspendida cuando se publicaron las fotos del animal muerto (el cual, en un gesto de antropomorfismo que fascina a los animalistas habían bautizado como Pepe). Diez años después, la manada de hipopótamos ferales está causando estragos en la fauna local, amenazando a las especies nativas vulnerables y presentado un riesgo mortal para la población campesina.
Desde el punto de vista moral pescar un tiburón para hacer sopa es lo mismo que pescar un atún para comer sushi, es decir, las consecuencias morales del acto son iguales; pero desde el punto de vista ambiental no es lo mismo: pescar tiburones esta bien o mal dependiendo de la especie, la temporada, el método de pesca y las tradiciones culturales. Eso lo definen los científicos. Por eso la próxima vez que ocurra un debate de estos, por favor, escuchen a los que saben y dejen que los influencers animalistas se dediquen a vender champú.