Hay gente que de verdad cree que George Soros quiere tomarse el mundo. Lo dice con toda convicción el pastor Miguel Arrázola y, por supuesto, la ahora candidata presidencial María Fernanda Cabal. Es más, hay toda una pequeña biblioteca de escritos donde se desarrolla con detalles el plan conspirativo de este billonario húngaro para, con la ayuda de Juan Manuel Santos y de -¿quién lo creyera?- Álvaro Uribe, (el título de la obra es “El uribismo maoísmo en Colombia”. Se consigue en Amazon), entregarle el país a las Farc.
Otra gente esta segura de que la vacuna contra el covid -y el covid- forman parte de un sofisticado ardid para coartar las libertades individuales de las personas, incrementar el control social e imponer una agenda socialista. Por supuesto que detrás de todo esto está la mano negra del Club de Bilderberg y el Foro Económico Mundial, los conclaves de la oligarquía globalista-marxista, donde Soros nuevamente funge como arzobispo, acompañado en el altar con Bill Gates, Bloomberg, el Papa Francisco (quien en realidad es el anticristo) y los demás billonarios del internet.
Cosa fascinante esto de las conspiraciones. Como son fantasía pura logran amalgamar los más extraños y contradictorios elementos en una narrativa aparentemente consistente, que resuena con los perjuicios y los miedos del interlocutor. El problema es que muchos se las creen y están dispuestos a actuar sobre ellas.
El 6 de enero de este año una turba irrumpió en el capitolio de los Estados Unidos genuinamente convencida de que había que parar el robo de la elección en ese país, mentira promovida nada más y nada menos que por el presidente gringo; de la misma forma que, años atrás, un individuo asaltó una pizzería para rescatar a los niños que se encontraban atrapados en el sótano siendo abusados por una secta de pedófilos afiliados al partido demócrata entre los cuales se encontraba Hillary Clinton y Tom Hanks.
En Colombia además de las diatribas delirantes del pastor Arrázola y compañía, también la izquierda se ha vuelto experta en promover conspiraciones infundadas. ¿Hasta qué punto la destrucción de Transmilenio no se debe a la mentira muchas veces propagada por el petrismo de que los buses Volvo del sistema son propiedad de Peñalosa? Muchos de los jóvenes que tiran piedra están convencidos de que en el país se “roban $50 billones” al año (cifra imposiblemente alta porque equivale a la totalidad del presupuesto de inversión); otro tanto piensa que las EPS “se quedan con la plata de la salud” (como van las cosas, la mayoría están quebradas o lo van a estar) y algunos hasta creen, con candidez pasmosa, que desde el Jockey Club todavía se maneja el país.
En este ambiente apocalíptico que vivimos, con una peste de proporciones bíblicas y con un gobierno débil, las teorías conspirativas hacen estragos. Los demagogos de lado y lado las van a aprovechar. El antídoto es la sociedad abierta en el sentido popperiano, aquella fundada en el pensamiento crítico, lo único que nos salva de la tribu y de la ignorancia.