Como parte de la iniciativa de ArtBo Fin de Semana tuve la oportunidad de visitar tres exposiciones.
Una denominada “Tierra de/por medio” en el MAMU (Museo de Arte Miguel Urrutia); otra, la muy celebrada muestra de Jesús Abad Colorado, “El Testigo”, y FRAGMENTOS de Doris Salcedo.
Independientemente de sus méritos estéticos y artísticos, las primeras dos ofrecen una narrativa sobre el conflicto colombiano que genera desconcierto.
La del MAMU forma parte de la colección del venerable Banco de la República y se centra en cinco productos que, según los curadores de la exposición, remiten a “una forma de monopolio y de dependencia económica” donde “[la expansión del cultivo del plátano […] revela la estructura de un mercado basado en una dinámica de adicción, que se encuentra también en la industria del petróleo, del azúcar o del narcotráfico. Estos negocios tienden a reunir […] las condiciones de la desposesión, desplazamiento, amenaza, y demás preámbulos a la violencia física”.
Valga decir que los curadores de la exposición, quienes escribieron la presentación de la misma, son funcionarios del Banco Central.
Por eso, sería interesante saber qué opinan sus jefes, -los miembros de la Junta del Banco de la República, incluido el Ministro de Hacienda- sobre la retórica sesentera de sus subalternos, que parece plagiada de “Las venas abiertas de América Latina”.
Quizá el espíritu millennial de estos dinámicos curadores les impide darse cuenta que los recursos generados por el petróleo, el carbón, el azúcar y el banano son los que pagan el Estado de bienestar en el que viven. ¿O será que iniciativas culturales maravillosas como el MAMU y su nómina de colaboradores se financian exportando uchuvas y sombreros vueltiaos?
La obra de Abad Colorado consiste en un desgarrador testimonio de un pedazo del conflicto colombiano. Y hago énfasis en la palabra “pedazo”, porque la muestra es prolífica en resaltar los abusos de la fuerza pública (que los hubo) y las monstruosidades de los paras, pero da la sutil impresión de querer mostrar a los insurgentes como unas víctimas más.
Por ejemplo, habla de “incursiones” guerrilleras, un término aséptico desprovisto de contenido, pero le atribuye al Estado la masacre de Bojayá como si las Farc no hubieran lanzado la pipeta de gas que mató a los 119 vecinos.
Mucha falta hace en esta muestra las fotos de los miles de secuestrados, quienes parecen no merecer un lugar en el panteón de las víctimas por el pecado de haber tenido una empresa o una finca.
FRAGMENTOS, en cambio, tiene la brújula moral muy bien alienada. Son las armas de la Farc las que se destruyen y se funden en lozas de metal, para luego ser martilladas por mujeres abusadas. No son las armas del Estado legítimamente constituido. Sin embargo, son sus agentes, los efectivos de la policía nacional y la industria militar, quienes permiten, con generosidad y compromiso, pasar la página del conflicto.
La obra de la artista Doris Salcedo es el más poderoso monumento al proceso de paz y demuestra que no hay que caer en clichés para asegurar la memoria y la no repetición.