Este Gobierno no gobierna, sino que agita. Desde hace varios meses claudicó de la difícil tarea de gobernar y se dedicó a la campaña. Ya poco le importa resolver los problemas de la gente. No hay una mejor salud, ni más infraestructura, ni oportunidades de empleo, ni educación de calidad. Solo retórica y propaganda. El dinero y atención que le debe dedicar a mejorar la situación de los ciudadanos se despilfarra en manifestaciones -esas sí alimentadas con 10 millones de toneladas de lechona-, sicarios digitales pagados desde la cadena de información oficial y politiquería rampante.
Es el poder por el poder. No como un medio sino como objetivo en sí mismo. Como lo entienden, por ejemplo, los chavistas, que desde hace mucho rato abandonaron cualquier pretensión de mejora social y ahora solo actúan en función de su propia supervivencia.
Este Gobierno encampañado muestra su faceta más oscura. Es una ironía que lo que empezó siendo un proyecto político que proponía un país como “potencia mundial de la vida”, ahora, en sus ansias continuistas, se arrope en la bandera de la guerra a muerte.
Lo hace con descaro orwelliano intentando explicar que la bandera que el Libertador lució para inaugurar una masacre, lo que hoy llamaríamos una limpieza étnica, fue en realidad un gesto de dignidad patria. Al fin y al cabo, no hay nada de ambiguo en: “españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”. Entre el Bolívar de 1813 y el Netanyahu de 2025 no hay mucha diferencia.
La oposición quizá no está preparada para el embate de inmoralidad y agresión que se vislumbra desde las más altas esferas del poder. Aunque tenemos una Registraduría confiable de nada sirve contar bien los votos si la forma como llegaron a las urnas es fraudulenta o intimidatoria. La destinación de billones de pesos a los esfuerzos electorales del Gobierno, sumados a los recursos de las mafias que se han beneficiado de sus favores durante estos años, no es desdeñable. “Plata o plomo” vuelve a ser la consigna electoral en el país, pero esta vez incentivada con el discurso incendiario del primer mandatario y sus calanchines. Los candidatos del Pacto Histórico son, como dice acertadamente Thierry Ways, los “candidatos de la muerte”.
Preocupa ver cómo desde el petrismo han arrancado la carrera sin que el pistolazo oficial aún la anuncie. Ya van embalados hacía su consulta interna y, más importante aún, ya tienen lista de candidatos a las corporaciones públicas en pleno proselitismo. De este lado, en cambio, seguimos con cien candidatos presidenciales, todos muy importantes y distinguidos, pero, salvo un puñado, sin ninguna posibilidad de ganar. Que bueno sería que se bajaran del pedestal y se pusieran a encabezar listas de Senado y Cámara. Tendríamos un Congreso de lujo y no una cacofonía de aspirantes. Para cuando se vislumbren con claridad los más opcionados, el petrismo ya tendrá el suyo definido cabalgando a lomo de manzanillo y plata oficial. Los partidos no se ganan, sino hasta cuando se juegan y este todavía se puede perder.