Analistas 06/09/2023

Un Presidente autista (literalmente)

En 1944 el pediatra austriaco Hans Asperger describió a unos niños a su cargo que tenían “dificultades para entablar amistad, no entendían los gestos ni los sentimientos de los demás, mantenían conversaciones unilaterales sobre sus intereses favoritos y eran torpes”. Eran los niños con el síndrome que llevaría luego el nombre de Asperger -una variante de autismo- condición que por virtud del testimonio de Juan Fernando Petro ahora sabemos que le fue diagnosticada al actual presidente de la República cuando estaba en el bachillerato.

No debería ser una sorpresa para nadie. El Presidente de los colombianos tiene dificultades para entablar amistades, no entiende los gestos y sentimientos de los demás, mantiene conversaciones unilaterales sobre sus intereses favoritos y es bastante torpe. El doctor Asperger con seguridad lo hubiera reconocido como un paciente.

El Presidente, por supuesto, lo ha negado y nos ha dicho que está perfectamente ok. Que el diagnóstico nunca existió y que no entiende bien porque su hermano le dice a la prensa lo que le acaba diciendo.

En cualquier país con semblanza de normalidad, la noticia del diagnóstico de autismo del Presidente hubiera sido una bomba política de repercusiones insospechadas. Sería, quizás, el primer caso en la historia humana en el cual una persona logra elegirse Presidente de un país cargando con una patología que se caracteriza principalmente por la ausencia casi total de empatía.

Negación presidencial aparte, lo cierto es que el posible diagnóstico de Asperger sí explica muchos de los comportamientos del Presidente, desde sus ausencias inesperadas hasta sus excesos retóricos pasando por cosas aparentemente insignificantes como su rechazo a entablar contacto visual con sus interlocutores.

Según un manual descriptivo de la condición “el niño con Asperger se siente confundido porque no puede comprender en qué se equivocó o por qué razón es rechazado por los demás”. El resultado de los rechazos suele “generar depresión, ansiedad, nerviosismo, deseos de suicidio, ira, conductas antisociales, conductas obsesivas y agravamiento de comportamientos inapropiados, con el consecuente aislamiento social”, concluye.

No basta con que el Presidente descarte las declaraciones de su hermano como otra manifestación de un pariente que desvaría. O que nos diga que todo esto no es más que una maniobra de la oposición para configurar el mítico “golpe blanco” que solo pervive en la imaginación de los acólitos presidenciales. Los cuestionamientos a la salud del Presidente (incluyendo ahora su estado mental), así como sus posibles abusos de sustancias, no provienen de los opositores sino de sus más cercanos allegados.

Mal hacen los defensores de oficio del régimen en alegar que se trata de temas privados o que son expresiones de “libertades individuales”. El Presidente de la República no es un ciudadano común al que le apliquen estos privilegios. Los colombianos tenemos el derecho a saber si el presidente Petro está o no en capacidad de ejercer su mandato: el futuro de 50 millones de personas está en sus manos.

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