Analistas 10/07/2018

De pasiones y entusiasmos

Marc Eichmann
Profesor MBA Universidad de los Andes

Algunos de nosotros nacieron con el don de la pasión. La intensidad de la pasión en los seres humanos varía de persona a persona: algunos demuestran un nivel de energía y compromiso superior en alcanzar sus metas y otros son más pasivos a la hora de enfrentar el mundo.

No se sabe si la intensidad provino de los gritos que a temprana edad no se reprimían cuando desesperadamente, como críos, querían algo o, de alguna combinación extraña entre el ADN y el siempre presente entorno que nos moldea a medida que crecemos.

La intensidad de la pasión no garantiza el éxito en el logro de los objetivos, ya que esta puede estar atomizada en pequeñas metas que no permiten que las más importantes de ellas logren el foco suficiente.

Apasionarse por muchas cosas, en la constante competencia a la que estamos expuestos en la vida laboral, consiguiendo pareja o en los deportes que hacemos nuestros pasatiempos, puede llevar a que se descuiden algunas de las pasiones y que, al bajarse el nivel de compromiso, seamos arrollados por un entorno que en algún momento nos susurrará al oído que hemos debido trabajarle más duro a un tema particular. Como siempre este manejo es más fácil contado que hecho realidad.

La pasión es una terquedad que hace que le dediquemos esfuerzo a metas que consideramos difíciles de franquear, es ese conato de irracionalidad que nos lleva a desplazar nuestros límites para lograr lo que queremos.

A diferencia de muchas otras urgencias que se nos presentan en la vida, por lo general cuenta con un componente alto y crítico de racionalidad en la escogencia de los que apasiona.

Las pasiones exitosas no pueden ser impuestas por terceros ni pueden sobrevenir de la presión social. Deben ser auténticas para no erosionarse con el paso del tiempo, para que en su constancia resulten en satisfacciones para el que las asume.

Tal vez lo más importante que hay que reconocer es que existen pasiones que, en la medida que son llevadas a un extremo, no traen sino albores pasajeros que desaparecen después de un flujo de adrenalina. Esas pasiones son aquellas que no requieren que nos esforcemos en lograr algún objetivo, y que diluyen los esfuerzos que enfocamos en las que realmente tienen el poder de llevarnos a otro nivel.

La pasión por un equipo de fútbol, por la reina de belleza o por un partido político no solo no reemplaza la pasión por lograr una meta profesional, enamorar a su pareja ideal o alcanzar el nivel de excelencia en alguna actividad, sino que en muchas ocasiones diluye las demás.

Es mi experiencia, la gente exitosa escoge bien sus pasiones y les da suficiente foco para sacarlas adelante. A nivel empresarial, los ejecutivos realmente exitosos son aquellos que en primera instancia saben enfocar su pasión a causas relevantes y segundo, son capaces de contagiar la pasión a su equipo de trabajo de manera que orienten sus labores bajo su égida.

Esto requiere, primero, seleccionar apropiadamente un equipo motivado a emprender retos por encima de otras pasiones, y segundo, ser capaz de vender las bondades que a nivel individual generará embarcarse en tal camino.

Muchas organizaciones de hoy tienen metas retadoras y grandilocuentes que emergen de ejercicios de planeación estratégica detallados y llenos de inteligencia. No hace falta recordar que lograr que el equipo humano se apasione por ellas es, en muchas ocasiones, más importante que las metas mismas.

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