Dice el adagio popular que un pesimista es un optimista bien informado. Recientemente a este grupo de personas, el presidente Santos y algunos columnistas le ha achacado la desaceleración económica evidente en el país, el malestar con la implementación de los acuerdos de paz y otros males de nuestra sociedad.
Los pesimistas en una sociedad son como la conciencia que muchas personas acallan con el fin de tolerar sus malos comportamientos. Son el polo a tierra que evita que la lechera caiga con resultados catastróficos, cuando está soñando con un hato de ganado resultado de la venta de marranos de la que se lucrará con el negocio de aves que iniciará con los frutos de los huevos que comprará con los dividendos de la leche que va a vender al mercado. Los pesimistas, lejos de crear las condiciones que impiden ver un futuro lleno de promesas y nubes rosadas, son, en la mayoría de los casos, el reflejo consciente que hace que diagnostiquemos correctamente las situaciones y tomemos las medidas apropiadas al respecto.
Para los ciertos políticos y el gobierno, los pesimistas son la piedra en el zapato que les impide vender ilusiones irreales con el fin de tapar su gestión. Si por los políticos fuera, no existiría la realidad que ellos administran, sino una ilusión basada en expectativas futuras infladas de algodón de dulce que hacen el presente irrelevante e inexistente. Sin pesimistas no recordaríamos que perdimos la plataforma continental de San Andrés y que, gracias al apoyo tácito de nuestro gobierno al chavismo venezolano, tenemos una amenaza no menor de agresión de parte del régimen dictatorial bolivariano, con su respectiva crisis humanitaria.
Sin ellos no reflexionaríamos sobre la gran expansión de los cultivos de coca y deuda externa del país, sobre el “encalambramiento” del aparato productivo que no ha mejorado sus exportaciones a pesar de la devaluación del 70% que ha sufrido nuestra moneda, ni sobre las causas profundas y endémicas que nos impiden tener un crecimiento económico que le proporcionen oportunidades, no solo a un puñado de genios de Ser Pilo Paga, sino a la mayoría de la población. Sin los pesimistas solo existe el futuro promisorio de la mejor paz posible, independientemente de los costos que genera y la deficiente implementación que ni siquiera ha permitido la entrega de armas.
Y hablando del mejor proceso de paz posible, no importa para el optimista que los negocios que sustentan la guerrilla como la minería ilegal y el narcotráfico continúen surgiendo, ni que gran parte de los milicianos no se hayan entregado. Los culpables, según ellos, son los pesimistas que no ven las ventajas del proceso que, después de tres meses de haber desbarajustado el orden jurídico nacional y las instituciones, traerá un mejor futuro para los colombianos.
El gran problema de este estereotipo de los pesimistas es que evita que se reconozca la realidad. Y si la administración pública toma sus decisiones con base en la imagen optimista que vende, no se toman medidas sobre los verdaderos problemas del país, como el injusto e insostenible régimen de pensiones, la catastrófica defensa internacional de nuestro territorio y el descarrilado camino político y social que se atisba con la mezcla de corrupción, gamonalismo y recesión económica que nos amenazan. Por eso, a pesar del sentimiento de desasosiego incómodo que generan, que vivan los pesimistas que, como Sancho Panza, impiden que vivamos en un mundo quijotesco.