Paz en un país de desconfiados
Muchos dilemas de los que se presentan en el mundo de la política, la economía y los negocios son similares a los que se presentan en menor escala en las parejas y el hogar. Por ejemplo en una pareja en la cual los objetivos no son comunes e impera la desconfianza la felicidad difícilmente termina imperando y en una familia en la cual la armonía no es óptima los hijos raramente terminan capitalizando su potencial.
En el mundo empresarial la falta de alineación entre la estrategia corporativa y las prioridades de los empleados, así como la desconfianza entre los directivos y los trabajadores terminan en muchas ocasiones llevando las empresas a la quiebra. Es extensa la literatura en la cual la oposición organizada de los trabajadores a los directivos de la empresa o el abuso de estos últimos contra los trabajadores termina sirviéndole el mercado en bandeja a la competencia.
En un reciente estudio realizado por Latinobarómetro se destaca que además de la polarización política creciente de América Latina se evidencia una preocupación cada vez mayor por la presencia de la corrupción y el incremento de la inseguridad. Como causa probable a estas tendencias una de las respuestas sobresale al resto del estudio: solo el 16% de las personas cree que puede confiar en su vecino, el porcentaje histórico más bajo en la región.
Un continente con este índice difícilmente puede desarrollarse. Mientras todos intentan halar la carreta del desarrollo nadie confía en que el otro lo hace honestamente, lo cual cohibe obtener resultados sorprendentes. Si los latinoamericanos no trabajamos como equipo, no en lo político, sino en el empeño diario de mejorar las condiciones de vida del prójimo, los resultados económicos y sociales seguirán siendo sub-pares.
Una desconfianza generalizada y tan marcada en el prójimo no puede ser el producto injustificado de una percepción equivocada. La justicia inoperante, los escándalos de corrupción, el individualismo marcado, la desigualdad social y los índices de criminalidad de la región han alimentado día a día por décadas la desconfianza, al punto que teniendo claro que es más eficiente trabajar juntos preferimos tener una actitud cauta en términos de colaboración.
El proceso de paz colombiano no es excepción a este fenómeno. Las partes, es decir no solo el gobierno y la guerrilla sino todos los colombianos, desconfían enormemente del acuerdo logrado pactado entre dos impopulares actores de la sociedad a puerta cerrada. El miedo del colombiano del común no es que se logre la paz sino que en el proceso, como en la fallida reforma a la justicia, el carrusel de la contratación de Bogotá, los falsos positivos, y la fijación de sueldos de congresistas y jueces, los acuerdos que se hagan los perjudiquen al dar prerrogativas a las partes que las negocian, a costa de los demás colombianos.
Hoy la sociedad debe estar atenta a que la negociación del proceso de paz no le permita a los partidos de gobierno atacar a sus enemigos políticos del Centro Democrático, al gobierno y a la guerrilla hacerse a importantes fondos públicos que terminaremos poniendo los trabajadores colombianos, que no termine legalizando el robo descarado de tierras a los campesinos de las últimas décadas y que en la práctica garantice que sea implementable en los términos en que se firma. De lo contrario estaremos aumentando la desconfianza del uno en el otro y prolongando la espera para que ocurra el milagro económico y social de la región.