Es difícil disentir de la solución al dilema implícita en el estribillo. ¿Quién no prefiere un árbol a un bolardo, un niño a un andén, un poema a un pedazo de cemento? El problema es que el dilema es falso y por tanto las políticas públicas que se desprenden del mismo pueden estar mal enfocadas.
¿De qué sirve un agrónomo perdido en la mitad del Putumayo o del Caquetá si no tiene una carretera que le permita sacar la producción a los centros de consumo? Que haya andenes por los que la gente pueda empujar los coches de sus niños, pasos diseñados para que los que se movilizan en silla de ruedas puedan circular por la ciudad, pasos cebra (¡pintados!) que señalen a los peatones y vehículos por dónde cruzar de manera segura ¿son inversiones en cemento que una sociedad justa y con corazón, debieran evitar?
Ahora que está de moda abogar por la educación y en particular pensar en estrategias para que los mejores cerebros del país consideren la profesión docente como una opción de vida, supongamos que la ola triunfa y a la vuelta de unos años tenemos un tendal de brillantes profesionales de la docencia listos para ejercer. ¿Va a haber una fila con los mejores docentes del país peleando por ir a ejercer a Quibdó? ¿No será que una carretera decente que lo una con el resto del país y una infraestructura urbana decorosa es esencial para que la vara mágica de la docencia tenga algún efecto en esa región? Y ya que hablamos de educación, ¿le decimos a Shakira que cómo se le ocurre gastarse la plata de su fundación en colegios de cemento?
Cuando estábamos en la campaña a la alcaldía de Bogotá muchos creímos que el estribillo de marras era simplemente una estrofa de campaña, un intento por poner a los oponentes políticos en la orilla equivocada a defender un bolardo sobre un árbol, a hacerlos trastabillar con un falso dilema. Pero tras más de dos años viendo ejercer a Petro queda claro que él mismo trastabilló con su trampa, que ese sector de la izquierda colombiana realmente cree que cemento y cerebro riñen el uno con el otro, que no hay complementariedades entre ellos, que la batalla entre zurdos y diestros está marcada por el hecho de que los primeros gobiernan para la gente (el cerebro) y lo segundos para el cemento.
Rara vez pasa una semana sin que vea un motociclista por los suelos de las calles bogotanas, a veces con la cabeza golpeada, al no lograr evitar alguno de sus antológicos huecos. Siempre que ello ocurre me pregunto de nuevo si a eso se referían los autores de la nefasta estrofa cuando abogaban por invertir en cerebro, no en cemento. Lo curioso es que ese caso es tal vez el único en el que cerebro y cemento no son inversiones complementarias sino sustitutas; y es un caso en el que claramente preferiríamos invertir en cemento.
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