Analistas 03/08/2017

Crecer

Marc Hofstetter
Profesor de la Universidad de los Andes

Si bien para muchos la tasa de crecimiento de la economía es un agregado macroeconómico más, uno de tantos que dispara el Dane a diario, si bien a la mayoría de le da igual si crecemos al 2%, al 4% o si las promesas de algunos candidatos de crecer al 7% son razonables o no, lo cierto es que es un indicador fundamental de la salud económica de un país. Robert Lucas, premio Nobel de economía, dijo hace muchos años que “una vez uno empieza a pensar en el crecimiento económico es difícil pensar en otras cosas”.

El crecimiento del PIB resume en un solo número los ingresos que generamos los habitantes de un territorio. Si no crece el PIB, no progresaron los ingresos promedio de quienes habitamos ese espacio. Y en nuestra sociedad nos acostumbramos a progresar: los empleados esperamos que el siguiente año el cheque del sueldo sea un poco más gordo que el de este; quienes no tienen trabajo aspiran a encontrar uno; los empresarios y emprendedores esperan que su negocios crezcan; los padres aspiran a que sus hijos tengan una mejor vida que ellos y en muchos casos eso pasa por mejores ingresos que los de su generación; los gobiernos nacionales y municipales esperan poder hacer obras y reformas que otras generaciones no pudieron financiar. Buena parte de las aspiraciones personales, familiares, empresariales y gubernamentales solo se puede cumplir si los ingresos promedio del país crecen.

Por eso hay preocupación por los datos de bajo crecimiento económico en Colombia. Pero los números hay que ponerlos en perspectiva. Los colombianos venimos malacostumbrados en el frente de crecimiento económico. Entre 2004 y 2014 (año en que se acabó la fiesta del petróleo) nuestra actividad real per cápita se expandió a una tasa de 3,6%. Ese número, que a primera vista puede parecer bajo, implica que si el ingreso de un colombiano era de 100 en 2004, llegó a 142 en 2014. El crecimiento de la clase media, la caída del desempleo, el aumento histórico en tasas de empleo y la caída drástica de la pobreza en Colombia en ese decenio, no habrían sido posibles sin la magia de haber aumentado en 42% la actividad económica real por habitante.

El número no es solo grande por lo que acabo de describir. Lo es también en términos históricos. Una tasa de crecimiento económico superior a 3,6% per cápita durante 10 años no se veía en Colombia desde hace casi un siglo: hay que remontarse a la Danza de los millones de los años 20 del siglo XX (cuando vivimos del auge empujado por la indemnización que recibimos por la separación de Panamá) para encontrar mejores registros. Para ser claros: desde 1930 hasta la fecha no hay 10 años seguidos de mejor crecimiento económico per cápita que el vivido entre 2004 y 2014.

Así pues, la métrica de comparar el crecimiento reciente usando el nostálgico prisma de la década 2004-14, es inadecuado. Las tasas de crecimiento mundiales nos enseñan que los saltos como el de esta década de oro, son pasajeros. Luego de esas fiestas, las tasas de crecimiento tienden a regresar a su media histórica que ronda el 2% per cápita. Con un crecimiento de la población acercándose a 1%, eso significa que volveríamos en el largo plazo a crecimientos del PIB apenas superiores a 3%. No se trata de conformismo sino de perspectiva en medio alocados discursos de campaña llenos de catastrofismos sobre el punto de partida y metas delirantes.

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