Dicen que es el que es. Argumentan que refrescará las ideas en la política. Con esas credenciales, esperaría que liderara un nuevo enfoque en la fracasada guerra contra las drogas, nefasta para los países productores. Pero su visión retrocede a trincheras que ya habíamos superado como la de la persecución de la dosis mínima. En el frente de cómo reducir el embarazo adolecente, su propuesta en un debate reciente se centró en limitar los ratos libres de las niñas. Pero ahí las expectativas eran bajas: se trata de los mismos creadores de “aplazar el gustico”.
Dicen que es el que es porque atajaría a Petro. Aún si lo lograra, un gobierno con talante de extrema derecha sería la plataforma perfecta para catapultar a Petro en 2022. Éste, desde el Senado, a donde llegaría como segundo en las elecciones, se apropiaría de la oposición. Los creadores del mito del castrochavismo lo volverían realidad.
Al hablar de justicia enfatiza la necesidad de unificar las Cortes. Esa idea, viniendo de un grupo político que cuando estuvo en el poder no tuvo recato en usar la inteligencia del Estado para espiar a los magistrados, no puede ser interpretada de manera diferente a una revancha.
En economía, para cada dilema parece tener en mente una exención tributaria. Con un estatuto tributario que tiene un agujero para cada lobby, la visión del que es terminará en nuevas zonas francas para aquellos con acceso al poder, nuevos subsidios para unos pocos y sin esperanzas de avanzar en un estatuto que lidie con las inequidades del país. Y cómo olvidar el rol que tuvo el que es en no dejar ni siquiera llegar a debate en el Congreso la propuesta de gravar el consumo de las bebidas azucaradas. Quedó claro que para él priman los intereses de los industriales de ciertos sectores. Y en la reforma a las pensiones, la más importante del futuro próximo, su énfasis lo pone en armar un ahorro para cada recién nacido pobre. El programa costaría más de $2 billones anuales y aun si fuera exitoso (y eso no está para nada claro), solo serviría dentro de 60 años.
Su discurso sobre la libertad de expresión y de prensa es intachable. Pero su jefe de debate se hizo famoso por quemar libros y el dueño de los votos del partido no tuvo problema en acusar falsamente a un periodista de ser un violador de niños y a otro en amenazarlo con retirarle la concesión que tiene para emitir un noticiero.
El que es con frecuencia comienza sus discursos resaltando que Colombia necesita recuperar la legalidad. No podría estar más de acuerdo pero quedan unas pequeñas dudas sobre la sinceridad partidista de ese discurso cuando un delincuente, testigo en un caso relacionado con integrantes del partido, es asesinado y miembros de este difunden la idea de que ese es un “buen muerto” o cuando vemos nulos esfuerzos por hacer un mea culpa partidista ante las atrocidades que conocemos como falsos positivos.
Queda la esperanza de que si fuera elegido en lugar de dar un giro en U hacia el siglo XIX como parece sugerir este recuento, dé un manotazo en la mesa y rompa con tanta atadura gris que ha rodeado ese entorno, como lo hizo Santos al comienzo de su gobierno. Pero luce improbable: por un lado no tendría el músculo para gobernar sin ese entorno y por otro, el que es parece desde la distancia una persona leal.
Tal vez es otro el que es.