Los tiempos de la pobreza equitativa y generalizada
En “El hombre que amaba los perros”, la maravillosa novela del escritor cubano Leonardo Padura, el narrador, Iván, un aspirante a escritor, describe desde la Cuba de comienzos del siglo XXI la historia de Trotski tras su caída en desgracia con Stalin, la que le llevaría a un errante exilio de más de una década hasta encontrarse en México en 1940 con su verdugo, el protagonista principal de la novela, el asesino español Ramón Mercader.
Dice Padura, en las notas de agradecimientos del libro que quiso “utilizar la historia del asesinato de Trotski para reflexionar sobre la perversión de la gran utopía del siglo XX [el comunismo], ese proceso en el que muchos invirtieron sus esperanzas y tantos hemos perdido sueños, años y hasta sangre y vida”.
Leer esa novela en la Colombia de 2018 invita inevitablemente a paralelos y reflexiones relativos a nuestra realidad contemporánea. Están por un lado las campañas presidenciales en plena efervescencia, con los candidatos de un extremo tildando a los del otro de ser los herederos de esa tradición utópica.
Y está, por otro lado, la debacle de Venezuela que se embarcó en esa utopía, replicó varios de sus desastres y la rebautizó llamándola socialismo del siglo XXI.
Dice Iván, el narrador de la novela de marras describiendo el trasegar soviético por la utopía que “[e]l sueño estrictamente teórico y tan atractivo de la igualdad posible se había trocado en la mayor pesadilla autoritaria de la historia, cuando se aplicó a la realidad”.
Difícil no recordar con esa frase los discursos chavistas de antaño, su promesa teórica de un mundo de igualdad ante cuyo embrujo sucumbieron millones de votantes. Pero difícil también no recordar que cuando el sueño se aplicó a la realidad terminó de nuevo en una pesadilla autoritaria, con la oposición proscrita, o encarcelada o exiliada.
Dice Iván en otro aparte del libro, ahora refiriéndose a su país, Cuba: “A finales de los años noventa, la vida en el país había empezado a recuperar cierta normalidad, totalmente alterada durante los años más duros de la crisis.
Pero mientras regresaba esa normalidad, se evidenció que algo muy importante se había desecho en el camino y que estábamos instalados en un extraño ciclo de la espiral donde las reglas de juego habían cambiado.
A partir de ese momento ya no sería posible vivir con los pocos pesos de los salarios oficiales: los tiempos de la pobreza equitativa y generalizada como logro social habían terminado y comenzaba lo que mi hijo Paolo, con sentido de la realidad que me superaba, definiría como el sálvese quien pueda (y que él, como muchos hijos de mi generación, aplicó a su vida de la única manera a su alcance: marchándose del país).”
Cuando me topé con ese párrafo no pude evitar releerlo una y otra vez. Embruja el desencanto del protagonista con su revolución cuyo logro social describe como “la pobreza equitativa y generalizada” y la única salida que los hijos de su generación encontraron: marcharse.
De nuevo, imposible no recordar las imágenes de pobreza equitativa y generalizada en Venezuela y la de miles de ciudadanos cruzando hacia Colombia. Imposible, finalmente, no exigirle a nuestro gobierno la mayor de las generosidades con los migrantes y, a quienes elegiremos gobernantes próximamente, la mayor de las alertas ante las promesas sobre utopías del siglo XXI.