¿Cuánto será la inflación a final de 2016 según el Banco de la República, la autoridad encargada de la política monetaria y de velar por la estabilidad de precios? No sabemos. Curioso dato, si consideramos que el Banrep opera con un esquema de metas de inflación cuya esencia justamente es de compromisos en el frente inflacionario públicamente anunciados en aras de una mayor transparencia de la política monetaria y una apropiada rendición de cuentas.
Pues bien, si uno revisa con cuidado los comunicados recientes de la Junta y los Informes de Inflación de la gerencia técnica, no encuentra ningún compromiso, ni un pronóstico puntual, sobre la inflación a final de este año. En una coyuntura en la que el mismo Banrep se ha mostrado preocupado porque las expectativas de inflación, es decir los pronósticos que tenemos por fuera del Banrep, se han trepado de manera preocupante, resulta insólito no contar con ese insumo.
¿Qué sabemos entonces sobre metas y pronósticos del banco? A finales de noviembre de 2015, su Junta Directiva emitió un comunicado en el que “reitera que su meta de inflación es 3%”. A primera vista uno podría creer que esa es la meta para 2016. Sin embargo, en ese mismo comunicado explica que la inflación ha recibido golpes que la han desviado de esa meta y que “por el tamaño y la persistencia de los efectos de estos choques, se espera que la convergencia de la inflación a la meta se dé en un horizonte de política de dos años.” En resumen, que este año la meta no es la meta. Así, todo lo que sabemos es que al día de hoy la inflación bordea 8% y que a finales de 2017 el banco espera que esté de regreso a su meta de 3%.
Tiene sentido que el banco enfatice sus metas de largo plazo y tiene razón en apuntar que en el corto plazo la economía puede recibir oleajes que desvían a la inflación de los rangos prometidos. Pero resulta poco útil manifestar un compromiso con metas a dos años sin darnos una guía sobre el camino que habremos de recorrer para lograrlas. Es justamente cuando recibimos ese oleaje, el que nos desvía de la zona de confort inflacionario, que necesitamos que el banco nos guíe; es justamente en esos tiempos que necesitamos de su credibilidad para apuntalar las expectativas; es justamente en esa coyuntura que necesitamos datos para pedirle una rendición de cuentas a su Junta; y es justamente cuando las cosas se ponen difíciles que el mismo banco debería pedirle una rendición de cuentas a sus modelos y poder afinarlos si no resultaron suficientemente precisos. Pero si la meta no es la meta, si no hay pronósticos puntuales con los cuales se casa la autoridad monetaria, en fin, sin promesas por evaluar, perdemos espacio para la credibilidad, la rendición de cuentas y la autocrítica.
La coyuntura económica actual es compleja. Puede haber una senda, la que todos queremos, en la que el déficit externo se va cerrando, el mercado nos financia mientras tanto, el Gobierno logra aprobar una reforma tributaria despejando el camino fiscal, la tasa de cambio deja de descolgarse, el aumento del desempleo se modera y la inflación regresa al redil que le diseñó el Banrep. Pero hay muchas sombras, muchos destinos posibles diferentes al deseado. Con múltiples equilibrios a la vista, las palabras, las señales, los compromisos, la buena comunicación, son esenciales. Parafraseando a Ben Bernanke: “el éxito de la política monetaria depende más de cuán bien comunica el banco central sus planes y objetivos que de cualquier otro factor”.