A los que estudiábamos economía en Colombia a mediados de los noventa, nos enseñaban que nuestro país era un extraño caso a la hora de hablar de inflación. Por un lado sacaba pecho en el ámbito latinoamericano por no haberse nunca unido a las huestes hiperinflacionarias que plagaron nuestro continente. Pero, por otro lado, completaba casi un cuarto de siglo con la inflación en niveles que fluctuaban entre 15% y 30%. Éramos el raro ejemplo de la inflación moderada crónica.
Tras la Constituyente de 1991 y la consecuente reforma del Emisor, los incentivos y objetivos del Banco Central cambiaron y permitieron una paulatina reducción de la inflación. Hoy en día los estudiantes de pregrado sólo han convivido con inflaciones de un dígito, aquellas que nos han acompañado desde 1999. De hecho, los más jóvenes solo recordarán las del último lustro que han fluctuado entre 2% y 4%, el rango meta de largo plazo que estableció el Banco de la República. Pero aquellos de memoria más corta, los que se quedan con los datos más recientes, creerán que los precios en Colombia sólo crecen 2% cada año. Esa última es la inflación que hemos tenido desde finales de 2012.
Combatir la inflación es una de las tareas principales del Banco de la República. Hay dos grupos de premisas para justificar el combate antiinflacionario. El primero es que a la gente le desagrada la inflación; los estudios basados en encuestas así lo demuestran. El segundo es un largo listado construido por los economistas detallando los costos sociales y económicos en los que incurren los países que no tienen la inflación baja. Sin embargo, ese listado tiene un problema como lo dijo Paul Krugman a finales del siglo pasado: los intentos por cuantificarlo han encontrado números extremadamente bajos.
A la par con esa constatación hay otras razones para no bajar demasiado la inflación. La reciente crisis financiera global ha llevado a varios académicos e incluso al FMI a plantear que las metas inflacionarias de entre 1% y 2% que tienen países industrializados resultó demasiado baja; tras el golpe financiero, tanto la zona euro como Estados Unidos se encontraron sin espacio para reducir más las tasas de interés por culpa de la baja inflación previa a la crisis. Algunos economistas le han puesto número a la nueva meta inflacionaria que deberían perseguir los Bancos Centrales: 4%. El número es suficientemente bajo como para que los costos de la inflación no sean relevantes y suficientemente alto para permitir política monetaria contra cíclica vía tasas de interés aún si el golpe que recibe la economía es grande y prolongado.
Ahora que estamos a punto de cumplir un año con tasas de inflación rondando 2%, propongo que el aniversario lo celebremos con aplausos por haber escapado del cuarto de siglo de inflación moderada crónica, pero con la firme intención de que la política monetaria intentará con vigor evitar que sigamos celebrando más aniversarios. Ahora que se acercan tiempos más borrascosos para las economías emergentes nos resultaría útil tener más colchón inflacionario. A la inflación hay que tenerla golpeada pero no noqueada. Cuando se baje de la meta puntual (3% en el caso colombiano) devolverla a esa senda debe ser una prioridad del Banco la República. Ojalá en el discurso de aniversario del coqueteo con el 2% el Emisor deje claro que no hay planes matrimoniales con esa tasa y que de hecho se compromete a velar por alejarse de esas malas influencias.
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