Al cierre de 2014 los bancos centrales reportaron que sus reservas internacionales representadas en colmillos de elefante ascendieron a 200 toneladas y que aceleraron las compras de cabezas disecadas de osos panda y de anteojos. Algo similar ocurrió con los ejemplares disecados de delfín rosado, un activo muy preciado en el mercado financiero internacional y en el que los bancos centrales han incursionado en los últimos años como parte de una estrategia de diversificación de su portafolio de inversión. En tiempos volátiles es bueno tener un activo líquido en el cual refugiarse.
Los fondos de inversión privados inscritos en la Bolsa de Nueva York cerraron 2014 con buenos números en parte gracias al peso creciente que tiene en su portafolio los mencionados mamíferos. En tiempos de incertidumbre cambiaria, refugiarse en activos como pandas, delfines y colmillos de elefante ha resultado una estrategia ganadora. A la fecha, los fondos de inversión acaparan 20% de estos activos a nivel global, una cifra ligeramente superior a la de los bancos centrales.
Ok. Ni los fondos de inversión ni los bancos centrales invierten en colmillos, osos o delfines. Pero en lo que sí invierten y de manera masiva es en oro. Hoy en día, cerca de 17% de todo el oro que se calcula ha sido extraído por nuestra especie a lo largo de la historia descansa en las bóvedas de los bancos centrales. Los fondos de inversión privados han ido incursionando en ese mercado de manera cada vez más fuerte y ya tienen en sus manos más de 20% del oro extraído.
El oro ha cumplido una labor fundamental en el sistema monetario desde hace miles de años. Una buena parte de las reservas que los bancos centrales tienen, se explica por el hecho de que en el pasado sus monedas estuvieron atadas al oro. El funcionamiento monetario dependía del respaldo metálico que tuviera el circulante. Pero eso ya no es así. En el siglo XXI no queda ningún país que base su política monetaria en el respaldo del oro. Nuestras monedas son fiduciarias, se basan en la confianza y no en el valor intrínseco del metal. Por tanto, no hay necesidad de tener un gramo de oro en las reservas internacionales.
El asunto es relevante porque la demanda de oro ha crecido con los vaivenes de la economía mundial desde 2007 pues es percibido como un refugio financiero. Así, mientras a comienzos de este siglo un kilogramo de oro costaba cerca de US$8.000, hoy supera los US$41.000: un lingote de oro del tamaño de un pequeño celular vale $100 millones. No sorprende, por tanto, el auge de la minería ilegal que ha destruido 1.300 kilómetros cuadrados de selva sólo en Suramérica desde que comenzó la crisis financiera internacional.
La lucha contra ese negocio basada en la represión, interdicción de insumos como el mercurio o ataque al blanqueo de los recursos es tan inefectiva como la aspersión para combatir las drogas ilícitas. La batalla debe ser contra el precio. El primer paso lo deben dar los bancos centrales y el FMI (que tiene casi 3.000 toneladas de oro) pactando una salida de este mercado de manera ordenada. La caída del precio del oro haría que la minería ilegal desaparezca. Un segundo paso sería proscribir vía un acuerdo internacional las transacciones de oro en los mercados financieros. Ninguna de las bondades del sector financiero pasa por dejarlo especular en oro. Y a los ojos del siglo XXI, esas tenencias de oro lucen tan absurdas y dañinas para nuestro planeta como las de colmillos de elefantes, cabezas de osos o delfines rosados disecados.
Twitter: @mahofste