El gobierno ha ratificado en días recientes su compromiso con la cofinanciación de la primera línea de metro de Bogotá. Los recursos, sumando los esfuerzos de la Nación y los del Distrito, se acercan a los $16 billones. La cifra, para ponerla en perspectiva, equivale a todo el presupuesto anual del mismo distrito y a casi tres veces el valor de la venta de Isagen. Pues bien, ha pasado desapercibido un fenómeno reciente en la economía colombiana, cuya relevancia es cuantitativamente equivalente a una línea de metro, al presupuesto anual de la capital de la República o a casi tres veces el valor de Isagen: las remesas. En los últimos doce meses han entrado por ese concepto casi $16 billones a la economía colombiana.
Si bien Colombia tiene una larga tradición como receptor de recursos de remesas, la fuente recibió un empujón importante con la migración de colombianos al exterior de finales del siglo pasado, impulsada por una combinación de crisis económica y de inseguridad y violencia. Así, si a mediados de los noventa las familias colombianas recibían cerca de US$800 millones en remesas, una década después esa cifra se había quintuplicado superando los US$3.000 millones. Luego, entre 2010 y 2014 las remesas se estabilizaron en cifras cercanas a los US$4.000 millones por año. Y ahora, en los doce meses más recientes, saltaron nuevamente hasta alcanzar casi US$5.000 millones: el doble de nuestras exportaciones de café.
La devaluación del peso en los últimos dos años contribuye a que esas remesas, ahora más grandes en dólares, sean aún más relevantes una vez convertidas a pesos. Así, entre 2010 y 2014-con remesas cercanas a US$4.000 millones y una tasa de cambio por debajo de $2.000 por dólar-las remesas anuales representaban 1% del Producto Interno Bruto (PIB) colombiano. Ahora, con remesas cercanas a US$5.000 millones por año y con una tasa de cambio más débil, la importancia de las remesas como porcentaje del ingreso nacional se acerca a 2% y, por tanto, supera el 3% del total del consumo de los hogares en Colombia.
Los tiempos difíciles en mercados emergentes como el colombiano suelen venir acompañados de debilitamientos de sus monedas. Lo vimos en 2009, cuando la economía se frenó tras la erupción de la crisis financiera global ,y de nuevo a partir de 2014, con el desplome de los precios de petróleo. En ambos episodios, las remesas convertidas a pesos se inflaron con la devaluación y sirvieron de seguro para los hogares que las reciben, operando como un brazo contracíclico privado. En el último año, el aventón de la devaluación vino acompañado por el incremento de US$1.000 millones en los envíos a Colombia. Así, al incrementarse las remesas en poco tiempo en casi un punto del PIB, han contrarrestado los intentos del Banco de la República por frenar el consumo privado para quitarle vapor al motor de la inflación.
Luego de dos años en que el gobierno central se ha encargado de acolchonar los efectos del choque petrolero a través de mayores niveles de déficit, y justo cuando ha decidido empezar a retirar los resortes de ese colchón vía mayores apretones fiscales y la reforma tributaria que presentará en octubre, llega el turno de sector privado, de los hogares, de encargarse de empujar la economía. Bienvenido el aventón que en esa coyuntura representa el salto en las remesas.