Analistas 06/07/2017

Secuelas del éxito en la confianza inversionista

Marc Hofstetter
Profesor de la Universidad de los Andes

En agosto de 2010, cuando el presidente Uribe entregaba la banda presidencial al presidente Santos, lo encargaba también de cuidar tres huevitos que consideraba pilares de su obra de gobierno. Esos tres huevos representaban la seguridad, la confianza inversionista y la política social. El juicio de la historia que se centrará en las cifras, en los datos puros y duros, y se alejará de mezquindades políticas y personales que han aguado la capacidad de análisis objetivo de muchos en el debate contemporáneo en Colombia, dirá que en los tres frentes los huevitos dieron lugar a saludables aves que hoy tienen vuelo propio. De hecho, en esta nota señalo que en una de ellas, el de la confianza inversionista, el vuelo propio ha sido tan exitoso que el reto ahora es asegurarse de que no se eleve en exceso o que no caiga rápido en el futuro.

En aquel agosto de 2010, mientras los presidentes intercambiaban abrazos y bandas, del total del saldo de la deuda pública colombiana, el 99% estaba en manos de inversionistas locales y solo 1%reposaba en los balances de tenedores extranjeros. ¡Desde entonces, la fracción del stock de la deuda en TES en manos de tenedores extranjeros se ha multiplicado por 27! Sin duda esa cifra tiene consecuencias positivas. Por un lado reduce las tasas de interés que paga el gobierno. De otro lado, libera recursos que el sector financiero local habría destinado a esa financiación y que ahora puede destinar a proyectos de emprendimiento del sector productivo o los hogares colombianos.

Pero el éxito rotundo en atraer inversionistas externos interesados en deuda colombiana en pesos acarrea también, paradójicamente, riesgos. El volantón que salió del huevito está ahora posado en lo alto de las copas de un árbol. Un cambio de vientos internos o externos, algún terremoto financiero o político que cambie de manera súbita el apetito del resto del mundo por nuestros bonos, podría hacerlo caer. Si esa circunstancia se diera, si esos tenedores extranjeros en algún momento apuntaran a liquidar una posición que ya ronda los $70 billones, el desbarajuste que dejarían tras de sí sería de enormes proporciones. Nuestras tasas de interés, no solo las del gobierno sino también las del mercado privado, subirían con fuerza similar a la de la caída del alado desde las altas copas y nuestra tasa de cambio se devaluaría nuevamente.
La probabilidad de ese terremoto luce baja pero los refuerzos estructurales para evitar sus consecuencias no sirven si se emprenden en medio del eventual sismo. Esos refuerzos hay que hacerlos en los buenos tiempos cuando el terreno está firme. Y para esto hay dos estrategias que deberían ir pensando las autoridades económicas. Una limitar qué tan alto se puede posar el ave, es decir, analizar si hay que ponerle coto a cuánto de nuestra deuda local puede estar en manos externas. Y dos, pensar en limitar la velocidad a la que podría caer el ave, es decir volver ex-ante más costosa la liquidación súbita de esas posiciones.
Ninguna de las dos líneas sería recibida con alborozo en el mercado de capitales. Pero como me dijo alguna vez un sabio colega, la regulación financiera no debe estar pensada para proteger a un puñado de accionistas sino a sus millones de usuarios.