Pospandemia con rostro de mujer
Uno de los efectos más devastadores de la pandemia ha sido el aumento de la brecha laboral entre hombres y mujeres a pesar de los grandes esfuerzos en el mundo por reducirla y del interés general para legislar en ese sentido.
En Colombia hay que reconocer esfuerzos loables en distintos ámbitos, pero en la práctica los efectos no son tan visibles, pareciera que falta más empeño, ideas concretas, propuestas viables, no obstante, por supuesto, lo primero que tenemos que hacer es combatir la legendaria cultura machista que ha gobernado el mundo desde los tiempos remotos.
El tema toma relevancia esta semana por las celebraciones del Día de la Mujer, pero sobre todo por las cifras de empleabilidad divulgadas por el Dane, que por un lado muestran una leve recuperación de puestos de trabajo y al mismo tiempo confirma que la brecha se vuelve a abrir: la tasa de desempleo para las mujeres es de 19,4% y de 11,2% la de los hombres. Hubo un retroceso con respecto a 2021 cuando la diferencia era de 6,2%.
En su mayoría las mujeres desempleadas están en el rango de prestadoras de servicios domésticos o desempeñando labores en el sector informal. Por eso la fragilidad de su estabilidad. Para ellas no hay capacitación ni oportunidades. Otra distorsión es que las mujeres que tienen formación pueden estar mejor preparadas, pero no se reconoce ni en el sueldo ni en las posiciones que pueden llegar a tener.
El tema es estructural y en ese sentido hay que destacar el proceso silencioso y efectivo que adelanta la Policía Nacional de Colombia, con una política coherente en su propia estructura y un trabajo estratégico en la transformación de los patrones sociales e institucionales para combatir la violencia de género. La Policía es la primera que atiende los casos de violencia y abuso y por eso es tan determinante su papel dentro de este ámbito.
Y hay que ir más allá. Vale la pena retomar la propuesta del exministro, Juan Carlos Echeverry, sobre un plan de empleo para mujeres en áreas comunitarias a partir de la economía del cuidado, con el reconocimiento y la redistribución de las responsabilidades, así como el papel del estado para garantizar compensaciones en forma de dinero y servicios.
Bien mencionaba Echeverry que el sistema requiere profesionales para emprender esta tarea y una buena decisión sería apalancarlo con trabajo para las mujeres: pedagogas, médicas, sicólogas, sociólogas, gestoras culturales, entre otras tantas otras especialidades necesarias para ejecutar esa tarea pendiente.
Otros dos campos de rápido impacto para equilibrar el desbalance son el turismo y la industria de software y si nos esforzamos un poco podremos encontrar innumerables actividades que ayuden a contrarrestar la inequidad en el corto plazo, mientras la estructura de la sociedad se transforma y desaparece esa injusticia histórica. Ahora que estamos ad portas de elecciones al Congreso vale la pena escoger a personas comprometidas con esta problemática y que en la nueva legislatura se revise la estructura jurídica de esa disparidad y se mantenga la lucha por la equidad en todos los niveles de la administración pública y privada.
Es inaplazable desarraigar de nuestra sociedad todo sesgo, machismo, rezago y discriminación que ralentice este desafío, no solo por las mujeres que son sus mayores víctimas, es por un país justo y equitativo. Solo así podremos lograr avanzar.