Sí es posible arar en el desierto
La semana pasada estuve en Dubái invitada por el Global Business Forum on Latin America para participar en un panel sobre turismo. El interés de los organizadores no era apenas conocer la experiencia colombiana, que ya trasciende nuestras fronteras, sino también sondear las posibilidades de negocios, las oportunidades para la inversión, y de cómo Dubái podía ser puerta de entrada y de salida entre dos regiones tan disímiles y distantes.
La primera lección que aprendí fue esa. No hay tiempo ni distancia para comenzar a proyectar futuros escenarios. Entonces podríamos pensar que Colombia también fuera puerta de entrada y de salida en sentido contrario. Y si Emirates vuela a Argentina, Chile y Brasil, por el sur, y a Canadá y Estados Unidos, por el norte, no es descabellado pensar en convertirnos en un centro logístico para la transferencia de pasajeros y carga.
Y tal vez porque estaba en el desierto imaginaba un desarrollo logístico de gran envergadura en la Guajira colombiana, por ejemplo, en el punto de Suramérica más próximo de Estados Unidos y tal vez el más equidistante en el continente.
Claro, por supuesto, no hay cómo comparar el poder absoluto que ejercen para mandar y gastar las autoridades en los emiratos -dueños de un mar de petróleo-, con las limitaciones de nuestra economía, pero pensar en grande es clave y determinante para obtener logros. Todo el territorio de Dubái es desértico, pero por sus autopistas se pueden ver oasis artificiales y plantaciones de dátiles (exportaron US$225 millones en 2016).
Sus proyectos agroindustriales, las islas artificiales en forma de palmeras que atraen turistas de todas partes, las grandes obras de infraestructura, su desaforado ímpetu inmobiliario o el deseo permanente de conocer e integrarse con el resto del mundo le han merecido una reputación mundial que nadie desconoce.
Entre la colosal arquitectura se encuentra el Dubai Silicon Oasis, un centro global de innovación con pretensión de competir con los más grandes. Es su visión innovadora y futurista la que le permite contrasentidos como el de ser uno de los países con mayores reservas de petróleo y al mismo tiempo uno de los que más vehículos eléctricos demanda.
Impresiona ver todas esas cosas y, al mismo tiempo, a los árabes tan interesados en cómo hacer negocios con América Latina o, como decía la invitación al foro: “inspirar y fomentar una mayor colaboración, inversión, comercio y espíritu empresarial”.
Debemos aprovechar los canales de cooperación e inversión para comenzar a aproximarnos, conocer cómo concibieron y planificaron un destino para el desarrollo y el turismo y cómo logran ver el potencial que tenemos en nuestros países biodiversos.
Ha sido una extraordinaria experiencia conocer cómo proyectan y trabajan los emiratíes, con convicción, perseverancia e innovación. Nuestra realidad es diferente y las comparaciones son odiosas, pero es difícil evitar pensamientos sobre cómo trasladar ese entusiasmo, esa inspiración; cómo podríamos planear nuestro turismo, cómo proyectarlo, más ahora que estamos en pleno desarrollo y que necesitamos crecimiento y prosperidad para Colombia.
Lo hizo un pequeño emirato árabe del tamaño del departamento de Atlántico que tiene que resolver la vida bajo el calor más intenso y en el paisaje más monotemático, seco, estéril. Dubái enseña que si es posible arar en el desierto.