Analistas 22/04/2019

Un fin superior

María Claudia Lacouture
Presidenta de AmCham Colombia y Aliadas

En política no hay una palabreja más inquietante y fastidiosa que “mermelada”, porque sugiere oportunismo -con cierto tufillo de corrupción-, porque refleja hipocresía y malos hábitos, porque genera desconfianza, resistencia y deja en entredicho el fin superior del servicio público, que es trabajar por el bien común y la prosperidad de una Nación.

Pero también tenemos que evitar la estigmatización de la gestión pública, que es justamente la herramienta para la ejecución de las políticas, la que provee los instrumentos para legislar, negociar, concertar y distribuir los recursos. Es muy importante no confundir la gestión política -que hace parte del juego democrático-, con distribuir mermelada.

Las regiones, los congresistas e, incluso, el sector privado y la sociedad civil están en su derecho de presentar proyectos, propuestas de inversión para su desarrollo sin que eso suponga una mala práctica.

Tampoco podemos estar con permanente desconfianza por nombramientos de referidos si estos participan en procesos de selección, tienen hoja de vida adecuada y son personas con aptitudes para los cargos. Todos tenemos derecho.

Y también debemos dar ejemplo en nuestros entornos de trabajo y de vida personal, aportar con nuestro compromiso a la virtud colectiva, alejar la cultura mafiosa que se ha incrustado en las diversas capas de la sociedad y que se refleja en el hecho de no hacer fila, en el todo se puede, en el usted no sabe quién soy yo, en los padres que reintegran a su hijo al colegio abusando de las tutelas en lugar de enseñarles que toda acción acarrea consecuencias.

Acepto que es casi ingenuo pretender hacer gestión pública sin prevenciones o política sin intereses particulares, pero sí creo posible que los sistemas de la administración pública, la educación, los poderes del Estado o los partidos políticos pueden incorporar nociones de ética y buenas prácticas, así como gestiones de cumplimiento y sanciones severas.

Tenemos que ser capaces de oponernos e, incluso, de denunciar, porque quien actúa con base a sus convicciones sin esperar recompensas merece reconocimiento.

La autorregulación ética es imprescindible también en el medio empresarial, en las relaciones con los clientes, proveedores y competidores, ya que en estos campos no es suficiente tener leyes adecuadas, hay que nutrir la producción y el trabajo de preceptos claros y procedimientos transparentes, dotar su estructura de parámetros inamovibles, de principios básicos para el funcionamiento interno y su relacionamiento con el exterior.

Hay que identificar un interés que motive las decisiones, más allá de la producción de riqueza, y las acciones de la empresa deben ser propicias para sus trabajadores y beneficiosas para su entorno, debe ser una dinámica constructiva y respetuosa del medioambiente, de los derechos colectivos. Cuando los valores son claros es más sencillo tomar decisiones.

Si solo hiciéramos lo que tenemos que hacer, lo mejor posible, con buena voluntad y honestidad, viviríamos en un país más equitativo y justo. Si se gobernara con real vocación de servicio, con buenas prácticas y trabajo en equipo, tendríamos una Nación rica y comprometida.

Es hora de construir una Colombia de buenos hábitos. La mermelada dejémosla para el pan. Son tiempos en los que el bien común debe constituir el fin superior.

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