En la gala de los 55 años del Museo de Arte Moderno de Bogotá el código de vestir para las mujeres requería diseño colombiano. Lo hecho en Colombia cada vez coge más fuerza. Por muchos años consideramos que lo extranjero era mejor, pero estamos en un momento de cambio donde se busca diseño local, apoyando a nuestros diseñadores y artesanos. La pregunta es, ¿qué tan importante es realmente la etiqueta del “made in”?
Kapferer argumenta que el origen de un artículo es uno de los pilares fundamentales del lujo. Se remonta a los tiempos en que emperadores chinos intercambiaban regalos con reyes de Francia e Inglaterra promoviendo bienes locales. Aún hoy en día se asocia a ciertos países con la excelencia en productos específicos, los mejores carros con Alemania o los mejores relojes con Suiza. La proveniencia de los productos es tan importante en algunos casos que los define, como en el caso de la champaña la cual solo se puede llamar así si proviene de la región de Champagne en Francia. El vino espumoso de Italia se conoce como “spumante” o el de Alemania como “sekt”.
Hoy en día grandes marcas han deslocalizado su producción, por temas de costo, con promesas de mantener la calidad. Burberry por ejemplo, cerró su fábrica en Gales en el 2006 y comenzó su producción en China y México, para reducir costos de mano de obra. Esto implicó un cambio estratégico en el discurso de marca, pues un nombre británico por excelencia dejó de usar el origen de producción como diferenciador de marca. La marca no promociona el lugar de elaboración de sus productos, se centra en el legado y la historia íntimamente ligados a la identidad local. En este caso al parecer les funcionó, el consumidor no se fija en la etiqueta de producción, sino que la reputación de su nombre basta.
Una encuesta realizada en el 2014 a nivel global demostró que 44% de los consumidores consideran la etiqueta “made in Italy” sinónimo de excelencia en ropa, accesorios y joyería frente a 17% del “made in France”. Al momento de considerar deslocalizar su producción además de las consideraciones económicas, una marca debe tener en cuenta el valor agregado que le da su origen. Si este es un factor diferenciador debe contemplar no desplazar 100% de su producción sino mantener ciertas líneas icónicas, o planear como contrarrestar el efecto negativo que se pueda generar si el cliente anticipa una disminución en la calidad.
En Colombia esta etiqueta hasta ahora comienza a cobrar valor y a ser deseada. Desde hace ocho años en Colombia hemos visto la campaña “compre colombiano”, un desarrollo que incentiva el consumo de servicios y productos locales. El efecto ha sido evidente, según Propaís, en moda y ropa las marcas nacionales hacen 90% de las ventas y representan 59% de las marcas en el mercado, demostrando que como colombianos nos hemos dejado llevar por el sentimiento patriótico de apoyar lo nuestro.
Ahora debemos cargar el “made in Colombia” de significado, ya sea de calidad, creatividad, sostenibilidad, etc., pero no depender solo del amor patrio como motivación. El “made in Colombia” debe hablarle a extranjeros y locales por igual, ser un bastión a futuro.
Los expertos insisten que el “made in” existe para sustentar una quimera, una promesa. La nuestra debe ser que Colombia no es solo un lugar, sino una máquina de amor y sueños lista a dejar huella en el mundo.