El cooperativismo como pilar de una auténtica lucha antidrogas
Las cooperativas conformadas por productores agrícolas en regiones rurales son clave en los programas gubernamentales para la erradicación de cultivos ilícitos, se trata de un nuevo enfoque en contraposición a la ya fracasada guerra contra las drogas, tal como lo ha planteado el gobierno nacional a través de la Dirección Nacional de Sustitución de Cultivos Ilícitos, con esta renovada mirada sobre el problema de las drogas, Colombia decidió avanzar por el camino de la transformación productiva y no por el eterno bucle de la erradicación forzada, que no ofrece alternativas de largo aliento. Es muy difícil convencer a los campesinos y campesinas de Colombia, casi olvidados por el Estado, que deben deshacerse de los cultivos de coca que los grupos al margen de la ley les pagan a buen precio, pues los incentivos reales para hacerlo resultan casi nulos: no existen canales, ni tejido social o institucional como para que aquellos supuestos resultados positivos la llamada “lucha contra las drogas” trae consigo también les beneficie.
Si un campesino cualquiera, en esta condición, se deshiciera de todos sus cultivos de coca hoy, siendo injustamente criminalizado, probablemente ni él ni su familia tendrán un plato de comida en su mesa mañana, por eso, no se puede hablar de erradicación sin antes pensar en procesos de sustitución, y es aquí donde las cooperativas juegan un papel importante. Por ejemplo, en la Subregión del Catatumbo hay 210 cooperativas con cerca de 80.000 asociados y asociadas. Solo en 2024, las cooperativas rurales, alrededor de 600 vigiladas por la Supersolidaria, generaron ingresos de $24 billones, además de apostar por la recuperación del cooperativismo cafetero, apostamos por el cooperativismo productivo, que transforme materias primas y genere bienestar en las zonas más afectadas por el conflicto.
En otras palabras, la viabilidad y el éxito de la lucha antidrogas no pasa solamente por el número de hectáreas sembradas con coca que hayan sido erradicadas o por bombardear lanchas con jóvenes pobres en el Caribe, como ha optado el gobierno de los Estados Unidos, sino que requiere, además del esfuerzo institucional interno, un conjunto de esfuerzos de carácter internacional, pues el narcotráfico es mucho más que la campesina del Cauca que ante la falta de una alternativa, decide sembrar coca, o los jóvenes caribeños expoliados por el sistema y acechados por los tentáculos reclutadores de las mafias, el narcotráfico es un gigantesco entramado criminal transnacional cuyas rentas son apropiadas y acumuladas por el norte global que representan los Estados Unidos y Europa.
Luego de más de 50 años, la guerra antidrogas no solo ha sido expuesta como un fracaso rotundo, sino como la herramienta de avasallamiento geopolítico que los sucesivos gobiernos estadounidenses han usado sin escrúpulos con los países latinoamericanos. Siempre ha sido una excusa para atentar contra la soberanía de los países del sur. Para la muestra está la Nicaragua de la revolución sandinista, en la cual la CIA hizo uso de dineros de la cocaína para financiar a los llamados Contras, grupos paramilitares rebeldes, con el fin de combatir el comunismo, o la Panamá de Noriega, que fue invadida a finales de 1989 con el pretexto de derrotar el presunto narcoestado en el que se había convertido, pero con el fin real de hacerse de nuevo con el control del Canal.
La amenaza sigue latente, la excusa sigue siendo la misma y el fin permanece casi sin variantes: las políticas imperialistas de los Estados Unidos en América Latina, retomadas y potenciadas por un gobierno insensato y autoritario en cabeza de Donald Trump, que usa la lucha contra el narcotráfico para atentar contra la dignidad nacional y acechar la soberanía de nuestros países.
El letargo del avasallamiento ha quedado atrás. Al desempolvar la historia y mirarla de cerca, resulta evidente que el imperialismo se había enmascarado con la careta de la lucha antidrogas, que las rentas de la cocaína y la heroína, tal como las rentas de cualquier commodities de exportación obtenida en suelo nacional van a parar a los grandes capitales financieros internacionales, convertidos sus bancos en lavanderías. Mientras allá siguen quedándose con las riquezas y la supremacía política, a nosotros nos sigue quedando la criminalización y el avasallamiento.
Una auténtica lucha contra el narcotráfico ha de pasar por la dignidad tenaz de los pueblos del sur global, en cuyos suelos se produce la droga, y por el abandono del cinismo por parte del norte, principales consumidores y usufructuarios de sus rentas. De lo contrario, es imperialismo. Y ya nuestros pueblos derrotaron a un imperialismo colonial hace 200 años, ahora solo nos queda la defensa de la dignidad y la soberanía de la República.