La estrecha relación con EE.UU. no puede ser rehén del discurso presidencial
Mientras que las economías del mundo muestran resiliencia, la economía colombiana tampoco se queda atrás. A pesar de un entorno global convulsionado, el país presenta signos positivos en el corto plazo: recuperación del consumo interno, un mercado laboral estable y una demanda interna que aún resiste. Se proyecta un crecimiento de entre 2,4% y 2,6% para este año, sostenido principalmente por el consumo.
No obstante, la realidad es más compleja. Sostener una economía basada casi exclusivamente en consumo, remesas y -en parte- en ingresos derivados de más de 300.000 hectáreas de coca cultivada, no es sostenible ni responsable en el mediano plazo.
El panorama internacional agrava este reto. El 15 de septiembre, el presidente Trump descertificó a Colombia en la lucha antidrogas, aunque otorgó un waiver o dispensa que evitó sanciones inmediatas. Hoy, bajo el gobierno Petro, el balance es preocupante: no hay avances significativos en erradicación de cultivos, control de precursores químicos ni cooperación judicial, en particular extradiciones de narcos reconocidos. Naciones Unidas, además, cataloga a Colombia como el mayor productor de cocaína del mundo, lo que representa una amenaza directa para nuestros aliados.
Lejos de corregir el rumbo en su política antidroga, el presidente Petro no ha dado señales de garantizar que la descertificación con waiver por interés nacional, no sea motivo para que a Colombia le impongan otro tipo de sanciones. De mantenerse esta inacción y continuar la confrontación de Petro frente Trump, Colombia queda ad portas de que Estados Unidos nos imponga sanciones, lo que tendría consecuencias profundas: en lo económico -restricciones en la banca multilateral, advertencias de viaje, afectaciones a exportaciones e inversiones-, en lo político -pérdida de reputación y calificaciones internacionales- , así como en lo social.
A este escenario se suma la tensión diplomática. Los discursos del presidente Petro, tanto en la ONU como en sus alocuciones semanales, han adoptado un tono confrontacional hacia Estados Unidos, mientras muestran simpatía hacia regímenes cuestionados como el de Maduro. Esa postura, lejos de fortalecer la soberanía, aísla a Colombia y erosiona la confianza con su principal socio estratégico e inversor.
Los colombianos no queremos ser estigmatizados como “narcos” ni vistos como un país hostil hacia Estados Unidos. La sociedad norteamericana busca proteger a sus ciudadanos de los estragos del narcotráfico, como el fentanilo que causa más de 100.000 muertes al año. Comparar esta tragedia con el consumo de gasolina, como lo hizo el presidente Petro, no construye puentes, los destruye.
¡El verdadero sentir de los colombianos es otro! Los discursos presidenciales han sido percibidos como un pulso personal contra Washington, más que como una política seria de cooperación. Petro ha insistido en ver la “descertificación” como un acto de colonialismo moderno, pero esa visión no refleja la postura de la mayoría de los colombianos. Es más bien una postura de una política antidroga fracasada por parte del gobierno Petro, que nos ha llevado a más de 300.000 hectáreas de coca en territorios controlados por grupos al margen de la ley.
La verdad es que Colombia necesita aliados sólidos, no disputas retóricas. La relación con Estados Unidos ha sido, por más de 200 años, uno de los pilares de nuestra estabilidad política, económica y de seguridad. Lo que es bueno para Colombia lo es también para la región y el hemisferio.
Más allá de las tensiones del momento y de los discursos del presidente Petro, los colombianos queremos mantener una relación cercana, respetuosa y constructiva con Estados Unidos. Valoramos su amistad, su apoyo y la cooperación que históricamente ha traído beneficios a nuestro país. No queremos que nuestra relación bilateral entre en un coma inducido por cuenta de una retorica llena de eufemismos para el público local petrista.
Lo que corresponde ahora es redoblar esfuerzos conjuntos contra el narcotráfico, la corrupción y la violencia, mientras impulsamos oportunidades de crecimiento y desarrollo. Colombia no puede hundirse en un mar de drogas ni en un aislamiento diplomático: la resiliencia de nuestra gente exige un país próspero, abierto y comprometido con la amistad de sus aliados.