Campaña sucia
Los últimos meses han sido el espectáculo del atrevimiento. Una exhibición de insultos y la peor puesta en escena de todo lo que pueda entenderse como campaña sucia. Entre más retador sea el discurso de un candidato, más aplausos recibirá; la grosería y los improperios reemplazaron las ideas y las propuestas.
La de 2022 es una campaña, como nunca antes, pugnaz, agresiva y violenta. Nadie ha calculado el daño que se le hace a la sociedad acudiendo al miedo y la rabia para buscar el apoyo popular. El saldo más grave es para los jóvenes que en su primer acercamiento a la política llegan por el camino del odio, el resentimiento y la venganza. Miles ya compraron el discurso del revanchismo y el levantamiento social.
La cultura política tomó el peligroso rumbo en el que millones de personas se forman a la luz de la polarización que entiende al otro, no como diferente, sino como enemigo. No es que pensar diametralmente opuesto sea nuestro problema, el problema es que anulemos a los demás, que invalidemos su opinión, que aniquilemos sus ideas y que nos llevemos por delante su nombre y su integridad.
Mientras tanto las campañas son una muestra de incoherencia entre lo que pregonan y lo que hacen: una alardea de la política del amor, y el perdón social, que parece, solo aplica a delincuentes condenados, porque al contradictor político ya lo tiene sentenciado. La otra campaña se dice la del centro, donde caben todos, pero se la pasa señalando a diestra y siniestra; son los únicos que oficialmente tiene un jefe de debate anti- otro candidato y caen en el silencio y “la tibieza” cuando se trata de ser autoreflexivos. Los otros en contienda nos dicen que van a unir el país, ¡ojalá!, pero lo hacen promocionando el miedo, sin darse cuenta que esa estrategia se desgastó ¿Y los otros candidatos? Tampoco se salvan de la campaña sucia, solo que el tono de sus ataques se ahoga entre los alaridos de los punteros.
¡Pilas!, la campaña de hoy es la semilla de lo que cosechemos el 7 de agosto. Todo puede terminar en un profundo descontento social justificado en mentiras electorales, un presidente sin legitimidad o una administración sin gobernabilidad.
Claro, en esto tampoco ayuda mucho lo que está haciendo, o mejor, lo que dejó de hacer la autoridad electoral. El registrador, que cometió varios errores en las elecciones al Congreso, ha sido tardío y errático en sus respuestas públicas. Con esto no hace más que alimentar la sensación que en la primera o segunda vuelta presidencial podría presentarse un fraude electoral, un pretexto perfecto para cualquier candidato si es que el día de mañana decide no aceptar los resultados ¡Por favor!, no se puede repetir la vergonzosa historia que reza una diferencia de un millón de votos entre el preconteo y el escrutinio, aunque el primero es una formalidad y el segundo tiene alcance legal, si en las elecciones al Congreso eso significó un desastre, en las presidenciales podría ser la hecatombe.
Al final la gran víctima de toda esta campaña sucia, llena de ataques, insultos y estigmatizaciones, son las ideas. Los programas de gobierno se opacaron y el diálogo político, que debería estar en función de analizar y fiscalizar las propuestas de los candidatos, está encasillado en el ataque, el contraataque, la defensa, el ser parlante del odio y portavoz de las fake news.