La desgracia de una Primera Dama
Estamos acostumbrados a Primeras Damas en la sombra, ocultas y calladas. A ellas no se les permite ningún tipo exposición pública. Parece que lo correcto es verlas encerradas, en silencio y por mucho, como acompañantes del Presidente de la República; mejor dicho estamos acostumbrados a no verlas, “calladitas mejor”. Como si el título de Primera Dama viniera definido por silente, sumisa e invisible. La gente se resiste a que se trate de mujeres capaces, inteligentes, impetuosas, genuinas, arrebatadas o brillantes. Se les condena por cualquier aparición, se reprueba su autenticidad, se satanizan sus intervenciones y no se les valora por sus cualidades sino por “cuánto nos cuesta”, ¿cuánto nos cuestan los escoltas? ¿Cuánto se gasta en viáticos? ¿Cuánto nos costará el libro? Solo si acaso les hemos dado licencia para ser personajes de la moda graduándolas como iconos de estilo o degradándolas por sus supuestos desaciertos al vestir. Qué pobreza mental, todo se redujo a su ropa.
Prácticamente es una desgracia ser Primera Dama: no importa cuántos títulos tenga, no importa cuántos sueños tenga, no importa cuántas capacidades tenga, durante cuatro años tendrá que engavetarlo todo y poner en pausa su vida; se les está prohibido legalmente tener algún cargo y se les ha vetado moralmente para tener vida social.
Y por si no lo han notado, sí, esta es una defensa a la primera dama, Verónica Alcocer, una defensa a ella, a todas las Primeras Damas que quieran “ser” y las que no pudieron hacerlo, una defensa que, claramente, va más allá de lo ideológico. Bien por Verónica que no se resignó a ese corto y limitado papel que le otorga un concepto de la función pública. Aparecen tímidamente mencionadas por allá en la circular 15491 de 2020, que en un párrafo les atribuye como tarea “continuar cumpliendo todas aquellas actividades que normalmente le corresponde en su calidad de cónyuge del Presidente”, es decir son simplemente las “esposas de” y se les obliga a comportarse bajo rígidas reglas sociales si es que quieren ganarse el título de “Primera Dama”. Los comentarios a Verónica gozan de una terrible doble moral entre quienes tienen poco oficio y se graduaron de odiadores en redes sociales ¿Qué de malo tiene que haya estado en el Carnaval bailando? Y si el problema era el séquito de guardaespaldas que la acompañaba, les cuento que es el mismo que debe tener cuando está detrás de una cortina en el palacio de la calle sexta en Bogotá o si contonea sus caderas en la Vía 40 en Barranquilla.
Ahora hablemos de sus viajes internacionales como representante diplomática frente a otros gobiernos. Claro, generan más ruido porque implican asignación presupuestal. Pero lo malo, a mi parecer, no es que ella, Verónica Alcocer, lo haya hecho, lo malo es que las anteriores no lo hicieran, aunque mucho me temo que sí pasó, pero para evitar el linchamiento público encajonaron los decretos y se reservaron cualquier registro fotográfico ¿Entonces ser primera dama es estar condenada a ser nadie? A ver si nos sacudimos un poquito la mojigatería y envidia y dejamos que esas mujeres brillen y dejen de ser sombra. Es hora de repensar su papel y superar la definición de “cónyuge del presidente”, aceptar un rol que vaya más allá de objeto de decoración y aprovechar sus capacidades, que las tienen y muchas.