Las esclavas sexuales
Y un día hubo alguien que se atrevió a decirlo: “hay mujeres que son esclavas sexuales en el Congreso colombiano”. No sé si sean las palabras precisas, no sé si sea tanto un tema de esclavitud, como lo calificó el exsenador Gustavo Bolívar, pero lo que sí hay entre las columnas del Capitolio es un sistema de chantaje abuso y acoso sexual.
Yo cubrí varios años el Congreso. Llegué muy joven, recién graduada. Aclaro que no fui víctima, ni me hicieron insinuaciones de este tipo, pero sí vi, en un principio con asombro, cómo muchas de las asesoras o integrantes de las UTL eran mujeres muy lindas, jóvenes, seguramente inteligentes y capaces, pero de las que se aseguraba eran “la noviecita” de tal o cual congresista; congresistas “viejos” de más de 60 años y que pública y oficialmente tenían esposa e hijos. Al final quizá un poco por mi forma de trabajar, muy metódica, y quizá mucho por la ingenuidad de mis 20 años, terminé por normalizar algo que hoy me escandaliza: mujeres, casi niñas, acosadas, manipuladas por hombres mayores, con el poder, no solo sobre ellas, sino sobre un sector del Estado; personajes de la política, con exposición mediática, que han perfeccionado sus discursos para legitimar ese sistema que las usa en la satisfacción de sus necesidades viriles.
No fui solo ingenua, sino tonta, al no poder notar en ellas el abuso al que eran sometidas en el canje por un lánguido puesto en el Capitolio, a cambio de eso, las juzgué y critiqué.
Hoy quise averiguar más, no solo por mi apetito periodístico y mi interés en temas de mujer, también por la necesidad de resarcir el error de la Maritza del pasado, las historias que me llegan entre fragmentos de una y otra conversación son asqueantes. Confirman, cómo lo denunció Ana Bejarano en su columna, los abusos a mujeres en medio de un intercambio tácito por privilegios laborales. Mujeres que llegan de la provincia y, en medio de la movilidad y ascenso social que ofrece el Congreso, terminan sirviendo a sus abusadores.
Y no, esas mujeres no han denunciado porque por años naturalizaron esas conductas, es más terminaba siendo un logro en ese oscuro sistema, convertirse en “la noviecita” de uno y otro senador o representante. A medida que el Congreso se ha renovado, estos casos se van acabando y muchas de las mujeres entran en un estado de consciencia para descubrir que, lejos de un trabajo digno, estaban envueltas en una vergonzosa red de abuso validada por un espacio machista. La historias van desde los repetidos comentarios impertinentes, las miradas morbosas, las invitaciones de doble sentido, hasta los tocamientos, el sexting y la violación. Los mismos congresistas hablan del vídeo de un senador que acosaba a una de sus funcionarias a quien le envió una foto “comprometedora”, las imágenes rodaron por unos días, pero rápidamente el escándalo se silenció. De otro se dice tenía todo un espacio en su oficina dispuesto a la pornografía.
¿Qué hacer? Por lo pronto poner el tema en la agenda, rodear a esas víctimas anónimas, permitirles desahogar su historia o hacerlas conscientes de su situación. Mientras tanto yo, como otras mujeres de los medios que ya lo hicieron, pongo a disposición este canal para que me escriban denunciascontraelcongreso@gmail.com, ojalá así encontremos juntas una forma para que esto cambie.