Marihuana: entre el uso y el abuso
Habrá que valorar la decisión de la representante Susana Boreal de confesar que es consumidora de cannabis, lo sabemos, no es la única, pero quizá sí la primera de muchos que se atreven a reconocerlo públicamente. Sin embargo, su puesta en escena tampoco es lo que puede significar la regulación del uso adulto de la marihuana. No debería ser motivo de orgullo consumirla todos los días, como no lo es si se toma alcohol o se fuma cigarrillo. Estamos hablando de una sustancia psicoactiva, cuyo abuso puede ocasionar trastornos y que como toda adicción es perjudicial.
Y claro, el debate carece de pragmatismo y sinceridad; en cambio redunda en hipocresía y una negación contraevidente. Mientras muchos insisten en el prohibicionismo, las redes sociales, la música y las series de televisión ya tratan el tema como habitual, está ahí y ya ni siquiera se habla de ella en código. Casi que estimulan a las personas a su consumo. Negarse a la regulación es permitir que el acceso al cannabis se abra paso entre las sombras de una moda, de una forma experimental de ensayo y error y no permitir abordar el problema desde un enfoque de salud pública. Es necesario entender que el hecho de que sea prohibido no ha evitado ni evitará que muchos la consuman. Al contrario, sí ha impedido que se desconozcan sus efectos y se pueda atender su abuso y adicción.
Evadir el debate incluso ha validado las voces de quienes a menudo reiteran que el uso recreativo de la marihuana es inofensivo. Solo en el marco de una regulación se puede generar un manejo y conciencia sobre lo que ya está pasando y es incontrolable: la gente tiene acceso a la marihuana y esta, muchas veces, trae efectos negativos para la salud física y mental de quienes la consumen. Por ejemplo, puede causar problemas respiratorios, como bronquitis crónica y tos; también puede afectar la memoria y la capacidad de concentración. Además, su uso a largo plazo se ha asociado con problemas y trastornos mentales como la ansiedad, la depresión y la psicosis. Pero las personas no lo saben, porque se han concentrado los esfuerzos y el dinero en perseguir y criminalizar y no en educar y rehabilitar.
Sí, ya es hora. En lugar de estigmatizar a los “marihuaneros”, se debe abordar el consumo de esta droga con políticas que prioricen la educación, la prevención y el tratamiento de la adicción, cerrar definitivamente el acceso a los menores de edad, restringir su consumo a lugares específicos y abrir la puerta a generar unas rentas adicionales para el estado vía altísimos impuestos. La regulación también podría significar una disminución de la delincuencia asociada con la droga: si la marihuana es legal, las personas no tendrán que acudir al mercado negro para obtenerla, lo que puede reducir la violencia y otros tipos de delitos asociados con el tráfico de estas sustancias.
Es probable que legalizar su consumo aumente los indicadores, y es normal. Lo primero que pasará, inevitablemente, es que muchos saldrán del subregistro vergonzante o la cifra especulativa de las estadísticas. Es momento de dar esa discusión despojados de la doble moral, plantear un debate más pragmático que nos deje leer la realidad del uso para evitar el abuso, sostener una conversación sincera en la que no se anule el consumo vía la prohibición, pero sí se pueda evitar vía regulación.