¿Qué es la primera línea?
Es por lo menos inquietante el nivel de interlocución que le han dado a los integrantes de primera línea. Abren espacios a personas que se esconden detrás de una capucha, legitiman a quienes se niegan a revelar su identidad y aunque parezca inofensivo, optan por darle voz a personas armadas con improvisados escudos y palos, desechando de paso una verdadera negociación. Se está desprestigiando el arte de conversar, que no es más que reconocer al otro, mirarlo a los ojos, conectarse con su realidad, entender sus necesidades y poner en práctica eso que llaman empatía. Pero ni hay conexión, ni empatía, ni conversación posible cuando el otro juega con el anonimato que le ofrece una capucha.
Sus arengas son poco profundas y en cambio sí despliegan una larga lista de peticiones que por demás carecen estructura. Y entonces, ¿cuál es su mérito? ¿Qué han hecho y a quiénes representan los de la primera línea?
¿Quiénes están más allá de los rostros cubiertos? ¿Se trata de un interlocutor válido? ¿Es un trabajador? ¿Es un estudiante? ¿Es un comerciante o acaso un vendedor ambulante? ¿Conocemos realmente sus historias y necesidades? ¿Cuál es su pasado? ¿Son realmente jóvenes preocupados por el futuro del país o políticos con intereses particulares? ¿Es realmente un movimiento espontáneo de quienes están cansados de un sistema injusto, o están organizados por fuerzas partidarias? ¿Quién garantiza que no se trata de personas con antecedentes judiciales? ¿Quizá un extorsionista o un ladrón? Detrás de ese rostro sin identidad puede haber un premio nobel de paz o un homicida, ¡nadie sabe!
Lo único cierto hasta ahora es que ese grupo de personas, sin articulación y que se autodenomina primera línea está utilizando la violencia como herramienta de chantaje. Su lenguaje, lejos del romanticismo con el que algunos los idealizan, es agresivo y belicoso. Por si fuera poco, su discurso está cargado de lugares comunes y frases cliché como “políticos corruptos” o “capitalismo rapiña”; hacen acusaciones desfasadas como que la alcaldesa de Bogotá es uribista e incluso cometen errores categóricos exigiendo tumbar la reforma tributaria, cuando el proyecto se retiró hace dos meses. Su forma de “dialogar” es temeraria y si no ceden a sus pretensiones la negociación termina en una nueva amenaza. A su cuenta se anota el bloqueo de ciudades, el ataque despiadado a la infraestructura pública, la muerte de dos bebés, el asesinato del ingeniero Cristian Camilo Vélez y el intento de quemar vivos a varios policías.
Cada vez más la primera línea se parece a una autodenfensa, a un colectivo bolivariano o a una milicia urbana. Un vacío de autoridad y medidas dubitativas de varios mandatarios los ha empoderado. Quienes se han sentado a la mesa con ellos, lo hacen, no creyendo en sus reclamos, sino por temor a las consecuencias de negarse. Es que incluso han llegado a secuestrar ciudades y controlar zonas, como lo hicieron en Cali, o como lo hacen ahora en el portal de las Américas en Bogotá, al que penosamente bautizaron portal resistencia.
Si se da el peligroso paso de validar su discurso y ceder a alguna de sus pretensiones se debe exigir primero que den la cara, que asuman la responsabilidad en el vandalismo y, claro, que respondan por los daños hechos y las vidas perdidas.