¡Somos la prensa!
En una democracia sana los medios de comunicación, la prensa y los periodistas son contrapoder, hacen vigilancia a la dirigencia política, denuncian hechos de corrupción, nunca se pliegan al dominio, no complacen a oficinas de prensa, ni se dedican a replicar versiones oficiales sin ninguna confirmación, son fiscalizadores y promueven el debate y la pluralidad. Su función es investigar, cuestionar y revelar verdades casi siempre incómodas y molestas para quienes ejercen la autoridad. Hacen lo que están haciendo en Colombia.
Pero en esa misma democracia sana, el Presidente es protector de la libertad de prensa y no su inquisidor. No se encarga de controvertir cada dicho y cada titular; no la desacredita, ataca y desgasta con reproches; no la agobia en medio de acusaciones infundadas y comparaciones odiosas. Entiende que el trabajo de los periodistas, por desagradable que le parezca, es hacerle escrutinio y observancia constante. No es selectivo legitimando fake news e invalidando medios tradicionales. No asume como tarea la arremetida permanente con el peso de su poder, ni se enfrenta a diario contra periodistas que solo tienen como defensa un micrófono una cámara, unas líneas en una revista o periódico o su voz en una cabina de radio.
En una democracia sana, el presidente acepta y valora las críticas por fastidiosas e irritantes que le parezcan, en vez de silenciarlas, ignorarlas o convertirlas en blanco de infinitas bodegas de redes sociales como una clara evidencia de su abuso de poder. En una democracia sana, el Presidente protegería el oficio periodístico, no solo el que le conviene; no expone a una lapidación pública a aquellos que no comparten su visión ideologizada y manejan en su agenda la crítica al gobierno. En una democracia sana el presidente entendería que por ser cabeza del poder es precisamente el sujeto primario del examen de la prensa y los medios de comunicación.
Cuando el Presidente denigra a ciertos medios o periodistas, está promoviendo la idea de que solo algunas voces merecen ser escuchadas y a las otras habrá que silenciarlas. Esa descalificación sistemática en la que cayó el primer mandatario, aunque sea personalizada y dirigida hacia ciertos periodistas o medios, termina por socavar al gremio en general, empobrece el debate público y desluce la libertad de expresión.
En esa línea, el mandatario ejerció la censura indirecta al apuntar, con tono peyorativo y estigmatizante, que en el país “se impone la prensa Mosad”. Esto no solo contraviene principios democráticos, también crea un ambiente de miedo y odio, desata una serie de ataques verbales y menosprecio a nuestro trabajo, abre la puerta a la violencia física, nos calla y afecta el mismísimo derecho de los ciudadanos a estar informado. Pero ojo, no solo nos hace daño a nosotros: él mismo es víctima de su relato cuando termina por parecerse a cada líder autoritario del que ha querido marcar distancia, pero con los que hoy comparte su desprecio a la prensa: desde Ortega hasta Trump, desde Putin hasta Duterte.
No, Presidente, no somos la prensa Mosad, simplemente somos la prensa: impertinente, incomoda, fastidiosa; la que hace su tarea, muy a pesar de los ataques, muy a pesar de las amenazas, muy a pesar del descrédito, muy a pesar de las bodegas, muy a pesar de usted.