Analistas 13/08/2025

Una herida abierta

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

Hoy escribo esto con un nudo en la garganta. La noticia de la muerte de Miguel Uribe no es solo la crónica de una tragedia más en un país herido, es el golpe seco de la realidad recordándonos que la violencia quiere ser protagonista en cada capítulo de nuestra historia. Y se lo estamos permitiendo.

Este país parece no darnos tregua. Apenas intentamos levantarnos de un golpe y ya estamos cayendo en otro. Vivimos en una tierra donde el odio se alimenta, donde las diferencias políticas se convierten en trincheras, y donde incluso la muerte es utilizada como arma para dividir. Nos ahogamos en un dolor que, en lugar de unirnos, muchas veces nos enfrenta. Y entonces me pregunto: ¿cómo sanar?, ¿cómo no repetir la historia?

Conocí a Miguel hace 13 años, cuando su carrera política apenas comenzaba. Vi de cerca su empeño, su disciplina, su fe en que las cosas podían hacerse bien en Colombia. Y vi, también, ese brillo en los ojos de quien cree que el servicio público es un acto de entrega, no de ambición sino más bien de desprendimiento y de perdón.

Y ojo con el egoísmo, lamentar hoy la muerte de Miguel no significa cerrar los ojos ante las demás tragedias que vivimos como país. El dolor por su partida no compite con el dolor por las otras vidas que se apagan cada día. Al contrario, cada historia, famosa o anónima, es una herida más en el mismo cuerpo que es Colombia. Nombrarlo y llorarlo es, en el fondo, llorar por todos.

En lo personal, no puedo dejar de pensar en Alejandro, su hijo de apenas 4 años. La misma edad que tiene mi pequeña Isabella. Pienso en esa conexión que va más allá de la política o del periodismo: la conexión del ser papá o mamá, la empatía para entender lo inexplicable: cómo darle la vida a un hijo y no tener la propia para vivirla junto a él.

A Alejandro le arrebataron la posibilidad de tener a su papá tomándole la mano en el camino de la vida. Hay muchas cosas que duelen, pero hay algo que me desgarra: como si la historia se empeñara en repetirse, Alejandro vivirá la misma ausencia que vivió Miguel, cuando perdió a su mamá a la misma edad. El destino parece tejer una crueldad idéntica para dos generaciones distintas.

Este país necesita más que discursos y promesas para sanar. Necesita actos profundos de reconciliación. Necesita líderes capaces de escuchar incluso a quienes los odian. Necesita ciudadanos que comprendan que la empatía no es opcional. Porque sanar significa dejar de menospreciar el dolor ajeno. He leído y escuchado a quienes intentan invalidar la tristeza de quienes lloran a Miguel. Esa insensibilidad, ese desprecio por el duelo de otros, es otra forma de violencia. Un país roto no se reconstruye menospreciando las lágrimas de los demás.

Hoy me quedó con una certeza amarga: no basta con soñar un país distinto, hay que protegerlo de quienes lo quieren destruir. Y hay que hacerlo juntos. Porque si seguimos permitiendo que la violencia marque nuestro destino, Alejandro, Isabella y todos los niños de Colombia crecerán pensando que vivir con miedo y perder a los que aman es parte natural de existir.

Si algo podemos hacer por él, por Alejandro, por todos los hijos que crecen en medio de la ausencia, es romper este ciclo. Que la historia no se repita. Que este país, de una vez por todas, decida que la vida vale más que cualquier causa.

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Miguel Uribe Turbay - Violencia