Víctimas a la medida
¿De quién? Del político incendiario, del dirigente indolente, de los egos en Twitter, del pretexto de una asonada y, ¿saben qué?, las víctimas hasta a la medida de sus victimarios.
Ya nadie las respeta: cogen un retazo de su historia, lo cosen con la conveniencia personal de un lenguaje polarizado y las presentan como un tendido que le queda perfecto a su discurso de odio.
Así pasó con las víctimas de las masacres. Muchos en una posición hipócrita dijeron que les importaban, aunque realmente no sabían quiénes eran, nunca lo supieron, nunca les interesó ¿O qué me pueden decir de Óscar Andrés, Johan Sebastián o Laura Michel? Ya que pudieron hacer todo un montaje de indignación en sus redes sociales, sean sinceros con ustedes mismos: ¡la verdad es que no saben quiénes son!
Es más, si yo les mostrara hoy el rostro de los 37 jóvenes masacrados en una semana en Colombia no identificarían ninguno. Porque el dolor de las víctimas, que merece todo el respeto y consideración, ha sido prostituido. Los políticos vacíos, los opinadores presumidos, los twitteros desconsiderados y los victimarios con amnesia, editan las historias y las acomodan lo suficiente como para convertirlas en combustible de sus peleas.
La historia se queda corta en el caso de la Farc. Es que ellos ya ni siquiera ven víctimas donde las dejaron. Una guerrilla que se compuso en más de un 40% por menores de edad, ahora resulta que nunca reclutó niños. Entraron en un discurso negacionista en el que no reconocen las heridas que abrieron y en cambio sí aprovechan para echarle sal a las que otros han causado. Ven víctimas en todas partes, menos en sus males del pasado.
Y ahora las víctimas a la medida de los vándalos. Han sobrado los que me dicen que soy parte del problema porque me duele más un CAI destruido que un hombre asesinado ¡Por Dios! Me duele cada muerto. Me duele Javier Ordoñez, Julieth Ramírez, Angie Baquero, Jaime Andrés Medina, Darwin Fernández, Jader Fonseca, Brayan Ramírez y todos los demás... ¿A usted le duelen tanto como a mí? ¿Notó que entre los que mencioné hay al menos dos policías?
No importa si van con uniforme o una camiseta negra, solo recuerde que ninguna vida vale menos, y ninguna vale otra muerte. Muy hábiles los que supieron capitalizar ese discurso para destruir parte de la ciudad, pero muy tontos los que, sin saberlo, cayeron en la trampa y fueron utilizados como arma para la reproducción de la violencia.
Y como si no fuera suficiente también las víctimas tienen que aguantarse que les pongan la medida de una “silla vacía”. En un acto, que no fue creado para aliviar su dolor, sino para nutrir el ego de los organizadores, se hizo la puesta en escena. Era necesario dejar evidencia de la ausencia del Presidente.
Dejar prueba de que quedó plantada, no una víctima, sino la alcaldesa, porque se trataba de un golpe a su ego que mal intentó disimular pegando un papel a última hora. Lástima que todo fue grabado, transmitido en vivo y reproducido millones de veces. Lástima, no por ella, sino por las víctimas que se dieron cuenta, una vez más, que fueron utilizadas y convertidas en punta de lanza de la pugnacidad de un país. El mismo país al que se le llena la boca cada día para decir que le importan, pero que en realidad poco ha hecho por ellas.