Votar o elegir
Como nunca antes, los colombianos nos jugamos el futuro el próximo domingo. Soy una defensora del voto consciente, ese que respeta los principios, que escucha el corazón, que piensa y razona con responsabilidad, el que produce satisfacción por hacer lo correcto y no genera arrepentimiento al ser coherente con los principios. Este domingo haré lo propio, pero veo aterrorizada como muchos están cambiando sus preferencias de primera vuelta por un cálculo de segunda: ¿Quién puede ganarle a quién? ¿A quién le alcanzaría? ¿Quién tiene menos voto en contra? Estamos haciendo cuentas con lo que creemos que harán los demás. Tristemente el voto útil se va imponiendo. Y repito lo que otros antes de mí ya dijeron, “el remedio puede ser peor que la enfermedad”.
Esos cálculos han ahogado las propuestas, y son la perfecta cortina de humo para cada escándalo: ¿Qué importa si al lado está el corrupto y oportunista? Ese voto perdido puede ser el necesario para ganar en primera vuelta ¿Qué importa si los discursos son vacíos, simplistas y cliché? Ese voto perdido puede ser el que evite el cataclismo en segunda vuelta. Para muchos perder será ganar un poco, y otros que ya montaron sus apuestas ganan con cara o sello.
Saldremos a votar, no a elegir. Votamos por descarte, porque nos hicieron creer que el miedo nos va a quitar la esperanza y la rabia nos arrebatará la tranquilidad. Entonces los unos advierten que son los únicos capaces de derrotar a Petro en segunda vuelta y los otros, los de Petro, dicen que ganarán en primera o en segunda y que sí los resultados no les dan la razón, hay fraude y se justificará el estallido social. Mejor dicho, o gana Petro, o se levanta un polvorín, o nos quedamos con el candidato que no queríamos, pero nos tocó.
¿Y saben qué? Están logrando el cometido, nos distrajeron. Nos quedamos en el debate superficial de las acusaciones, los ataques, el miedo, la rabia, el que habla pasito y es tibio o el que habla duro y es insultante, y nos perdimos de las propuestas.
Lo consiguieron, conectaron las emociones, la indignación, la rabia, el odio y el hastío. Todos los candidatos nos venden el tiquete de un cambio y como estamos en un país en efervescencia nos quedamos con la portada; no nos damos cuenta que esos discursos altisonantes de mercaderes de la ilusión están disfrazando la escasez de propuestas, las ideas peligrosas, engañosas o diseñadas para un país que no es Colombia.
Claro, de todo esto algo bueno saldrá. Apuesto a que, aunque estamos hablando del mayor momento de malestar y desilusión frente a la política, también veremos los menores índices de abstención. Pero no nos llamemos a engaños, eso no se traduce en cultura democrática, es apenas un hervor electoral producto de ser utilizados por los intereses personales de políticos que posan como adalides del servicio público.
Los invito a elegir y no a votar. Votar es una decisión a corto plazo, no mide las consecuencias, se limita a lo que haremos el 29 de mayo y el 19 de junio, parece intrascendental, pero tiene las derivaciones de cualquier decisión: el efecto acción reacción. Elegir en cambio es una decisión a largo plazo, reflexiva y cuidadosa, implica pensar en Colombia después del 7 de agosto y hacernos responsables colectivamente por el país que heredaremos.