La regresividad no es inevitable
Colombia tiene en este momento los niveles de inflación más altos no solo en años, sino en décadas. La pobreza es más alta hoy que hace tres años, el desempleo todavía nos se recupera a niveles pre-pandemia y a los colombianos les caen con la noticia de que gracias a la reforma tributaria el costo de vida va a subir todavía más.
La inflación generalmente es muy grave porque afecta más a los pobres que a los ricos incluso con cuando la tasa es la misma para todos, pero esta inflación en particular es todavía peor. La razón es que el aumento más grande se ha dado en alimentos; en la carne, la papa y el pollo, los productos básicos que consumen las familias más humildes en Colombia. Imagínese usted eso, una tasa regresiva en un “impuesto” regresivo: una situación preocupante hasta la segunda derivada.
En este contexto, el gobierno propuso una serie de impuestos indirectos que parecen un mal chiste. “Impuestos saludables”, le llaman, mientras la ministra de esa cartera desfinancia el sistema de salud en el Presupuesto General de la Nación.
Con el argumento de los impuestos “saludables”, se propone gravar la avena, las bebidas a base de fruta, el Gatorade y las limonadas embotelladas. También la harina, las arepas, los embutidos, las sopas, las salsas, las tortas, el helado y el cereal. El Estado paternalista, bonachón y saludable.
El problema es que este impuesto, por lo menos a la fecha, no ha mejorado la salud de ninguno de los más de cincuenta países que lo han implementado. Hay simulaciones basadas en números hipotéticos de elasticidades, estudios que señalan la reducción del consumo (oh, sorpresa) y hasta argumentos de por qué el Estado debe protegernos de nosotros mismos (internalities, le llaman en la literatura). Lo que no hay es una evaluación de impacto de mejoras en salud, de reducción en obesidad o de reducción de costos al sistema de salud.
Los entusiastas argumentan que los efectos toman años o décadas en reflejarse, que el impuesto es muy bajo y que nos encarecen los productos de la canasta básica - incluso afectando a los más pobres - pero que es por nuestro propio bien.
En el más reciente estudio que hicimos en Libertank evaluamos estos tributos, además del impuesto al “plástico de un solo uso” que también encarece algunos alimentos como las lentejas, la leche y el arroz. Lo que encontramos es que, en conjunto, estos impuestos hacen de la actual tributaria una reforma regresiva en los deciles más bajos.
En el documento usamos los datos de la Universidad Javeriana sobre impacto de la reforma por decil. Estos datos muestran que la reforma le aumenta más los impuestos a una familia de cuatro personas que sobrevive con $660.000 al mes, que a un ejecutivo con sueldo de $30 millones mensuales. Un aumento más grande de impuestos como proporción del ingreso para decil uno que para el decir diez, un precio impagable cuando los alimentos ya han subido 20% por la inflación.
Estos tributos son certeros, inmediatos y regresivos, mientras que sus beneficios son lejanos e inciertos; por fortuna hay alternativas de para mejorar la salud pública con etiquetado y nutrición. Por lo pronto, la reforma actual podría dejar de ser regresiva eliminando estos impuestos indirectos, que apenas representan 10% del recaudo esperado. La regresividad no es inevitable.